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Un Morante arrebatado

el 19 abr 2010 / 20:38 h.

FICHA DEL FESTEJO

Tres toros de Jandilla, el segundo como sobrero, dos de Vegahermosa -primero y tercero-, del mismo encaste y casa ganadera, y un sobrero más que hizo quinto de Javier Molina. Corrida justa de presencia y en el límite también de las fuerzas y de la raza, aunque toreable.

Julio Aparicio: pinchazo y estocada desprendida (silencio); y buena estocada (silencio).

José Antonio "Morante de la Puebla": bajonazo trasero (silencio); y pinchazo hondo y descabello (aviso y gran ovación tras petición insuficiente).

Cayetano Rivera: estocada a capón (ovación); y estocada (ovación).

En cuadrillas, Ángel Otero se desmonteró por dos buenos pares al primero, y anduvo también lucido con "los palos" sin llegar a saludar Joselito Rus en el sexto.La plaza tuvo lleno de "no hay billetes" en tarde espléndida.

No funcionó la corrida, pero no fue culpa de los toros. La sensación es que los toreros, excepción de un sorprendente "Morante", debieron estar mejor.

 

Como el traje de Morante -bordado y seda de los años 30, aire de ropa añeja- la faena se vivió con un ritmo, unos tiempos y unas formas a las que ya no estamos acostumbrados en esta época. Fue un trasteo gozosamente vivido por el público que certificó que el diestro de La Puebla ya pertenece a la mitología del olimpo sevillano. Hubo más voluntad y decisión que estética; más entrega que musas; un argumento más sólido que la letra empleada en esa larga faena en la que al principio sólo creía Morante, que tuvo que pechar con los dos sobreros por la rotura de un pitón del segundo y por la insólita decisión del presidente después, que atendió antes a las protestas del sector más vociferante y ruidoso que a la evolución del astado titular, que iba y venía sin muchos problemas.

El caso es que Morante acabó poniéndose delante del sobrero de Javier Molina, que hizo cosas de andar corraleado y estuvo a punto de arrollar a su matador -Cayetano le libró del trance- antes de que le recetaran dos puyazos bien cargaditos de plomo. En los primeros compases de la faena el toro se mostró algo violento, progresivamente corto de viajes y con tendencia a mansear. Pero el artista cigarrero venía dispuesto a poner una pica en Flandes y se entregó a tope en la faena en medio de un gran clamor que no cesó ni en los muletazos más bellos ni en el toreo más trabajoso. El arte y el trabajo se mezclaron en la labor de Morante, que apuró el tiempo reglamentario y arrancó la música hasta meterlo definitivamente en la canasta. Un pinchazo hondo y bien agarrado que tuvo que ser refrendado con un descabello no enfrió los ánimos de gran parte del público, que pidió un trofeo en el que no hubo unanimidad. Antes, no había terminado de entenderse con el sobrero que sustituyó al precioso castaño que salió en segundo lugar. Morante hizo crujir la plaza con las excelencias de su capote pero no acertó a cogerle el aire en la muleta.

Aunque mostró su mejor tono por el pitón derecho, al de La Puebla nunca se le vio a gusto, molesto por la codicia algo picante de un animal que acabó tardeando.
Aunque se dudaba de la capacidad de Cayetano y no venía precedido del mejor ambiente, el segundo de los Rivera Ordóñez escenificó un dignísimo debut como matador en la plaza de Sevilla. Hubo temple y empaque, una especial majestuosidad en todo lo que hizo delante de sus dos toros y mantuvo siempre firmeza de ánimo, cabeza fría y hasta imaginación para sorprender en el cadencioso quite por tijerillas y la larga cordobesa que recetó al sexto. Lástima que ninguno de sus dos toros terminaran de romper del todo.

Habríamos podido certificar mejor el fondo y la forma de este atípico matador que mantuvo el tipo ante la guasa sorda del tercero de la tarde -que brindó a su hermano Francisco- y que trazó un toreo lleno de personalidad, derramado a pequeños sorbos, ante otro toro, el sexto, que se fue desinflando poco a poco hasta rajarse por completo. Allí quedó el bello arabesco del toreo al natural de Cayetano, que había enseñado la aristocracia de su sangre viajando en el tiempo, buscando aquella foto mítica de su abuelo al recibir al sexto rodilla en tierra.

De Aparicio hay que decir muy poquito y eso que se llevó el mejor lote del encierro de Jandilla; pero lo dejó escapar sin decidirse a dar el paso. Sólo se anotó algún chispazo genial con el percal pero fue incapaz de andar a la altura de la fijeza, la prontitud y la calidad del primero ni tampoco acertó a administrar la blanda nobleza del cuarto. Aparicio ya no está para estos trotes. ¿Qué pintaba en la yema de la Feria de Abril?

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