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Un paquete para el Sáhara

Tras el cierre del único correo que iba a los campamentos, retomaron su estela para hacer negocio. Hoy, involucrados hasta los tuétanos, Erika y Jesús llevan al desierto, desde Tomares, envíos de toda España.

el 09 nov 2011 / 20:01 h.

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Comenzaron la primavera pasada. El planteamiento era simple: un negocio; ellos dos ni se traían niños ni tenían (más allá del humano dolor) un compromiso especial en la causa de este pueblo, de cuyas vicisitudes apenas conocían algo más que los dos o tres lugares comunes gracias al hecho de trabajar con varios saharauis en la empresa de vigilancia de obras que tenían antes. Uno de estos, Lekbir Suelim (apodado Kevin), les metió la idea en el cerebelo. Fue así como Erika Cobos y Jesús Cáceres, este matrimonio afincado en Tomares, se lanzaron hace seis meses a la aventura de crear Transporte Saharaui, una empresa de envío de mercancías entre España y los campamentos de refugiados del suroeste de Argelia. Lo único que tenían claro es que Kevin sería el cartero.

La que había antes ya no operaba por razones no demasiado bien explicadas (lo único que se sabe es que hay teléfonos que no se descuelgan y rumores cargados de palabras gruesas). Ese vacío repentino dejaba entrever una oportunidad de negocio interesante, amén de humanitaria. Todo lo que dicho empeño tenía de maravilloso, al facilitar la ayuda material de los padres españoles de acogida a sus familias del desierto, lo tuvo también de duro y de frustrante: además de perder dinero en el empeño (circunstancia que apenas ahora empieza a cambiar un poquito), cuando llegaron por primera vez con sus portes a la aduana de Argelia, vía marítima desde Alicante a Argel, se toparon no ya con un mundo de arena, religión, calor, mosquerío y parsimonia exasperante, como era previsible, sino también (por lo que cuentan ellos) de tan kafkianas e inapelables trabas administrativas que a cualquier persona con un gramo de paciencia menos que el Santo Job le habrían hecho volverse pitando a la acera norte del Mediterráneo. "La presión en la aduana es tremenda", dice ella. "La sientes aunque no sepas el idioma."

Lo que se dice castizamente estar uno vendido. En palabras de Erika: "Hasta que al fin llegamos a los campamentos, pasamos muchísimo miedo." Y no precisamente por los secuestradores. Ni, desde luego, por los saharauis, los pobres, que en toda esta historia (desde que la tripulación del barco se entretiene "a voces con ellos y a patadas con sus equipajes" hasta llegar al fin al infierno donde están los campamentos) no hacen más que sufrir y preparar el té. "Me da la sensación de que es un pueblo maltratado en todas partes, algo así como lo que han sido los gitanos tradicionalmente en España", comenta Erika, quien tuvo el atrevimiento y el valor, sin haberse visto nunca en una igual, de hacer el primer viaje junto con su socio Kevin el saharaui (Jesús declinó participar, alegando su escasa disposición natural a sufrir calamidades, penurias y travesías mareantes).

Por fortuna, su llegada a los campamentos al sur de la pequeña ciudad argelina de  Tinduf cambió la historia. Lo que había sido un valle de lágrimas, rematado por un último tramo de 400 kilómetros de desierto sin un solo pueblo, ni una gasolinera, ni una gota de agua, se convirtió en esa bendición de hospitalidad y humanidad de la que hablan quienes han estado allí. Uno por uno fueron repartiendo las cajas que las familias españolas enviaban a sus saharauis de Smara, Auserd, Dajla... cumpliendo con el privilegio de hacer posible la llegada hasta un lugar tan remoto de la ayuda remitida desde España, para la que no existe transporte regular más que este movimiento emergente de pequeñas empresas particulares que poco a poco empiezan a proliferar.

Aquello fue un reconstituyente emocional de primera contra tanta penuria pasada. De resultas de lo cual, el que comienza el próximo jueves, día 17, será para ellos el quinto viaje, con envíos de toda España que se centralizan en Tomares gracias a la colaboración de la empresa Express Courier. Un viaje en el que la gran mayoría de los bultos tendrán como procedencia Cataluña y Galicia, "que son las que más mandan con diferencia", dice Jesús.

Gracias también a ese contacto directo con la gente de los campamentos, ellos mismos comenzaron a dejarse el corazón en la tarea y recibieron, este verano pasado, a un niño. Con él, con Larusi, que acaba de cumplir los nueve años, han tenido hasta ahora el clásico melodrama de amor y odio que caracteriza al primer verano de convivencia, y que luego se cura dejando paso a una historia preciosa e inolvidable que dura toda la vida.

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