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Un paraíso para los caídos

El Centro de Recuperación de Especies es un pequeño milagro con sede en San Jerónimo en el que se curan y tratan docenas de aves y otros animales que, algún día, regresarán a su hábitat.

el 18 oct 2010 / 18:52 h.

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Javier Bejarano, sostiene en sus manos a un autillo que, en breve, volverá a conquistar la libertad que un día perdió.

Los gorriones sevillanos están de enhorabuena. Tienen un hospital para ellos donde los atienden, los curan y los reintegran en sociedad. Se trata del Centro de Recuperación de Especies un lugar, tan desconocido como necesario, en el que están dispuestos a echarle un cable cuando se encuentre un animalillo desvalido.

Ubicado en San Jerónimo y suficientemente apartado como para que sus alados inquilinos encuentren la tranquilidad, el CREA, gobernado por Javier Bejarano, tiene sus puertas abiertas y la mano tendida para prestar ayuda. “La mayoría de los animales nos lo trae el Seprona y los agentes forestales. Son pocos los ciudadanos que se acercan por aquí o nos llaman”, cuenta.

No se trata de llevar a las puertas del Centro a todo animal no humano que vague por las calles. Por desgracia los perros, los gatos o las palomas no tienen su sitio aquí –“atendemos sólo especies autóctonas”, matiza nuestro interlocutor–. Pero si, pongamos por caso, en un paseo dominical por el Alamillo advierte usted a un gorrión caído del nido, haciendo footing por Torneo contempla un vencejo en apuros o, incluso, si en plena Sierra Norte se topa con un alimoche que le suplica ayuda no desespere. “Pueden llamarnos y recogemos al animal o bien traérnoslo”, explica Javier mientras cambia el vendaje a un mochuelo que mira pasmado y aterrorizado a su enfermero, al que hace las fotos y a quien apunta en una libreta.

En el CREA de Sevilla –hay otros siete, uno en cada provincia– trabajan cinco personas entre cuidadores, personal de limpieza y veterinarios. Ninguno hará aquí fortuna pero todos adoran pasar sus ocho horas diarias entre erizos, tortugas, águilas, buitres y autillos. Éste último, un simpático y minúsculo animal “es capaz de imitar rápidamente todos los sonidos que escucha para camuflarse”, como bien demuestra al instante de recibir unos flashes haciéndose pasar él mismo por cámara de fotos...

Cada paciente tiene su historia y su pronóstico. El águila real entró con una electrocución y, aunque no pueda volver a la libertad, se le procura una vida digna. Los buitres llegaron con síntomas de intoxicación y alguna de las gaviotas tridáctilas que tienen presenta pequeños traumatismos que exigen reposo absoluto. “Nuestra mayor satisfacción es el día que vemos como, recuperados, pueden volar y marcharse”, dice Javier sin quitar ojo a un chotacabras un tanto turulato que reposa en un gran recinto de cristal decorado a su gusto, con ramitas por doquier.

Ningún paciente del CREA olvida su estancia aquí... Entre otras cosas porque todos se van con un obsequio: una anilla que les permite ser identificados en cualquier momento. “Así por ejemplo tenemos con nosotros a un polluelo de cárabo que se crió aquí, lo liberamos y luego ha vuelto a ingresar por un atropello”, lamenta el máximo responsable de tan ornitológica institución.

“Hay personas que quieren costear el tratamiento del animal que han recogido y otros quieren aportar algo. Nosotros no lo aceptamos. Nuestra tarea es esta y agradecemos el interés del ciudadano al traernos a un animal necesitado aquí”, explica. En algunos casos la sintonía entre rescatado y rescatador es tan grande que “hay quien llama durante semanas para ver cómo evoluciona tal o cual animal”, concluye Javier mientras va a cambiarle la paja al aguilucho cenizo.

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