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Un pequeño alegato contra la mímesis

Se concentraron en el ágora ateniense apretujados como las semillas prismáticas de una granada. No cabía un alfiler en toda la plaza. Los niños, que callaban mientras se resolvía la disputa, ocupaban agitados los primeros puestos.

el 15 sep 2009 / 15:50 h.

Se concentraron en el ágora ateniense apretujados como las semillas prismáticas de una granada. No cabía un alfiler en toda la plaza. Los niños, que callaban mientras se resolvía la disputa, ocupaban agitados los primeros puestos. Sobre el estrado de madera podían verse dos grandes atriles, cubiertos con sus respectivos paños, y a su lado sendos personajes de mediana edad. Eran los pintores Zeuxis y Parrasio, que habían decidido dilucidar en sana competición pública cuál de ellos dibujaba con mayor perfección.

Cuando Zeuxis levantó su tela, quedaron maravillados. Había conseguido hacer una parra con tanta exactitud, que parecía que sus frutos podían comerse. Tan reales y jugosas aparecían las uvas, que unos gorriones de un árbol cercano se acercaron volando para intentar picotearlas. Ante inaudito hecho, los asistentes aplaudieron impresionados. Henchido de orgullo, sonriendo de soslayo al sentirse ganador, avanzó unos pasos hacia delante, saludo con efusividad, y se apresuró a enseñar la escena de su rival. Justo en el momento de alargar la mano para destapar la obra, cuando sus dedos tocaron recia madera en lugar de suave tejido, descubrió que aquello era un trampantojo. Al darse cuenta de su error, con candorosa vergüenza pero honesta humildad, concedió la victoria a su adversario. Zeuxis había engañado a unos simples pájaros, pero Parrasio le había engañado a él, que creyó que el cuadro que estaba viendo era la realidad misma.

Esta anécdota, contada por Plinio el Viejo y referida a dos de los pintores más conocidos de la Antigüedad, nos sirve para comprender el verdadero valor de la mímesis, entendida según los clásicos como la imitación exacta de la naturaleza. Pero no debemos confundirnos, una cosa es la habilidad técnica en la consecución de claroscuros y sombreados, y otra muy diferente el arte. La destreza va por un lado (es puro virtuosismo, sin más) y la manifestación de sentimientos va por otro. Con lo primero sólo se demuestra pericia; con lo segundo, extraordinaria sensibilidad.

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