Cultura

Un ramito de hierbabuena para María Peña

La cantaora utrerana emocionó al público del Festival de la Fragua

el 19 jun 2010 / 20:58 h.

Mari Peña.
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El Festival Flamenco de la Fragua de Bellavista se ha celebrado un año más con escasa asistencia de público y un frío que pelaba las orejas. Los artistas pusieron todo de su parte para calentar al público, aunque la única que lo hizo de verdad fue la utrerana Mari Peña, la hija de José de la Buena, cantaora de raza sobre la que hemos llamado la atención y que debería estar en más festivales porque huele a Utrera y recuerda a aquellas cantaoras de antaño con el vestido de lunares y el delantal puesto.

Acompañada por un fenómeno de la guitarra, el moronero Dani Méndez, hizo cosas muy hermosas en los tientos, en la línea de Gaspar de Utrera, ligando los tercios y comunicando el sentimiento de una manera increíble, como hizo luego en la soleá y, sobre todo, en las cantiñas del mítico Popá Pinini y las clásicas bulerías utreranas. Ramito de hierbabuena para esta cantaora que fue capaz de perfumar con su cante y su sencillez las encaladas paredes del Cortijo de Cuarto. No se lo puso nada fácil al cantaor Segundo Falcón, que tuvo una actuación entregada y voluntariosa, pero con poco más que sea destacable. Hizo dos malagueñas faltas de temple y matices musicales, las de La Trini y La Peñaranda; ligó de manera interesante algunas soleares trianeras de El Zurraque; demostró en alegrías y bulerías que mete bien las manos -es un magnífico cantaor para el baile-, y poco más. Su guitarrista, en cambio, el ecijano Salvador Gutiérrez, estuvo fantástico en todo.

Fue la noche de los guitarristas, sin duda. Rubén Lebaniegos acompañó también de dulce a la cantaora malagueña Virginia Gámez, artista con una voz poderosa y muy dulce, aunque con una expresión más coplera que flamenca. Esto no quita de que estuviera muy bien en algunos cantes, como las granaínas y los fandangos naturales. Como estuvo bien el maestro José el de la Tomasa, conducido de manera magistral por el Niño Elías, el Melchor de Marchena de estos tiempos.

El hijo de Pies de Plomo y la Tomasa se fajó bien con las alegrías de Cádiz y las seguiriyas de Triana, para acabar con bulerías cuando el frío ya cortaba las orejas sin piedad. Imagínense en una noche así a una bailaora agitando el mantón y los volantes de su vestido, como hizo La Debla, que bailó por alegrías como lo hacían hace años Matilde Coral y Trini España, y antes que ellas, La Macarrona y La Malena. O sea, sin trampas ni cartón. Y conducida por un maestro del toque, su propio marido, el guitarrista Antonio Gámez, al que La Fragua decidió dedicarle el festival de este año por su apoyo constante a esta peña de Bellavista y al flamenco en general.

Para Gámez fue una noche muy emocionante: recibía un homenaje en el Cortijo de Cuarto, donde su padre trabajó durante muchos años. Por eso, cuando tocó por bulerías acordándose de Dieguito Torres Amaya, el homenajeado miraba al cielo con tanto brillo en los ojos que las estrellas decidieron ocultarse detrás de las nubes.

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