Momento de la actuación de Farruquito. / José Luis Montero PINACENDÁ * * * * Escenario: Teatro de la Maestranza. Coreografía y baile: Farruquito. Cante: La Mari, La Fabi, Zambullo y David de Jacoba. Guitarra: Román Vicenti y Carlos de Jacoba. Percusión: El Piraña. Violín y flauta: Juan Parrilla y Tomás Potirón. Entrada: Lleno. (FOTOGALERÍA DEL ESPECTÁCULO) He visto nacer a Farruquito y creo que no me he perdido ni uno solo de sus espectáculos. Y este es el mejor de todos. Le pondría algunos peros, como, por ejemplo, su manía de lucir en exceso el palmito y unas concesiones a la galería que no necesita. Por otra parte, recorta los ejercicios y trocea los bailes a su antojo. Por lo demás, estuvo rotundo, pletórico de fuerza, dominando el escenario, tirando con maestría de su magnífico cuadro y mandando siempre. Debería pararse un poco, levantar más los brazos, rebuscar en su interior y sacar lo que ha mamamado. Echar mano del regusto. Pero era una noche muy importante para él y salió a comerse el toro, sin que nadie se dé por aludido. Un homenaje a Andalucía, a cada provincia, a cada localidad flamenca, desde el alma. Es su tierra, la de su abuelo Farruco y de su tío Chocolate, de la que se ha alimentado siempre para bailar. Pero anoche nos llevó de la mano por ella, a Córdoba la llana y a Ronda la serrana, a Huelva la fandanguera y a las minas de Linares la tarantera, a la Tacita de Plata y a las cuevas de Granada y Almería, esa perla que se ha salido del mar. Un viaje narrado con maestría por cuatro buenos intérpretes del cante, de voces que crujían. Y con muy buenas guitarras. Y Farruquito partiéndose el alma y los pies en seguiriyas y soleares ¿por qué estos cantes a Córdoba, en los fandangos de Huelva subido a una mesa, como hacían las boleras en los cafés de Sevilla; en los tangos, que más gitanos no podían ser, en las alegrías y, cómo no, en las bulerías romanceadas de Lebrija con guiños a Triana, que un poco más y se le olvida, y se hubiera liado. El derroche de fuerza no sirve para nada si no va acompañado de arte y Farruquito anoche rezumaba duende, estaba motivado, quizás por eso lloró junto a su tía Pilar Montoya La Faraona, que aportó su pincelada. Foto: José Luis Montero El teatro estaba lleno y había muchos gitanos y gitanas que lo jaleaban, que celebraban cada remate, cada marcaje, cada vuelta. Sin embargo, parte del público estaba frío y tuvo que acercarse al borde mismo del escenario para que algunos se levantaran y le ayudaran a que se posara en su moreno rostro el pájaro de la felicidad. El nieto del gran Farruco necesitaba este éxito, que Sevilla se le pusiera en pie, aunque fuera forzando el gesto. Pero lo necesitaba. Y se ganó el éxito dando el callo, sin esconderse, sudando la gota gorda, bailando desde el alma y ofreciéndole a Sevilla y a la Bienal un espectáculo rotundo. No perfecto, porque exigirle la perfección a Farruquito sería como pedirle peras al olmo. Sin embargo, Pinancendá, que así se llama su nuevo espectáculo significa Andalucía en el dialecto gitano, es la obra de un bailaor que parece haber madurado bastante desde que en una Bienal pasada no acertó con las maracas. Los artistas grandes saben rectificar y Farruquito parece haberse dado cuenta de que no necesita contar más historias que la de su propia familia, esa herencia que es el mejor legado, el suyo y el de sus hermanitos. Buen baile, buen cante, buenas guitarras; estupenda base musical, en definitiva, con una puesta en escena sencilla pero acertada, acorde con el contenido musical y dancístico. Un espectáculo rotundo, con sus lagunas, que nos devuelve al mejor Farruquito, un bailaor de otro planeta, de una estrella llamada Farruco, donde hay una luz hermosa que siempre alumbrará a esta familia irrepetible del mejor baile flamenco. He dicho flamenco, ese pellizco del alma andaluza, gitana o no, que tan caro se vende en esta Bienal y en otros festivales parecidos. ¡Viva Farruco y su nieto! Y Pinacendá.