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Un tesoro encontrado

Con su original mezcla de estilos y su espectacular contenido, el Pabellón de Perú, actual sede de la Casa de la Ciencia, es una de las mejores bazas del itinerario municipal de puertas abiertas por los edificios más señeros de la Sevilla del 29.

el 05 jun 2014 / 00:48 h.

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webinterior Patio cubierto del Pabellón de Perú. /Fotos: C.R. Es la Casa de la Ciencia, el pequeño Museo de Historia Natural de Sevilla, pero nació siendo algo muy diferente:el Pabellón de Perú de la Exposición Iberoamericana de 1929. Aunque tal vez venía predestinado a ello. Porque, a decir verdad, esa muletilla antigua que con la que nuestros abuelos decían vales más que un Perú acabó siendo una especie de premonición; un presagio del tesoro que hoy, 85 años después de aquella gran muestra sevillana para la que fue construido, se descubre ante los visitantes de este edificio singular de la Avenida de María Luisa. webcetaceos Exposición 'La mar de cetáceos'. Ayer por la mañana, como siempre, volvía a estar rebosante de niños. Sin duda es el lugar de Sevilla con más excursiones escolares, y se comprende. Uno de aquellos chiquillos que aguardaban turno junto con su clase para entrar en el caserón –bajo la reproducción de Marino, una ballena colgada del vestíbulo, como el famoso lagarto de la Catedral– tomó uno de los folletos de las exposiciones que hay dentro y sin pensárselo ni siquiera media vez se volvió hacia un perfecto desconocido que andaba por allí tomando notas en una libreta y le dijo, a grito pelado: «¡Tienen delfines!». Y así es: justamente al lado, entrando a la izquierda, un salón le mostraba reproducciones a tamaño natural de su animal favorito y otros populares cetáceos. Aquello recordaba a un nivel más modesto, pero no menos entusiasta, el Museo de Historia Natural de Londres. Igual que el resto del recinto, con sus exposiciones de bichos, rocas, fósiles, química... A diferencia de la mayoría de los restantes inmuebles que componen este itinerario municipal de puertas abiertas por los edificios más representativos de la Exposición del 29, el Pabellón de Perú sí que permite el acceso casi ilimitado a sus instalaciones, salvo por lo que hace a las oficinas de arriba. Es curioso señalar cómo los contenidos de la Casa de la Ciencia, lejos de acabar con él, han acentuado el carácter distinguido, antiguo y monumental –la prestancia, en fin– de esta construcción exótica de aires incaicos, andinos y barrocos. Que si bien está abierta todos los días salvo los lunes, las visitas guiadas gratuitas dentro de esta ruta del 29, aquí, son solo los sábados por la mañana; el resto de la semana, hay que pagar entrada. De manera que a este recinto peruano hay que acceder con un doble juego de miradas, hacia el pasado y hacia el presente. Una buena idea para combinar ambas es seguir el rumbo marcado por las diferentes muestras organizadas en espacios distintos: La mar de cetáceos, para conocer la escalinata, el vestíbulo y las salas secundarias; Geosevilla, un descenso a los sótanos de la casa; Invertebrados de Andalucía, las mejores vistas del edificio desde su planta alta; y finalmente, en el patio central, Moléculas de vida. webneon La escalera que une la planta baja con el sótano, donde están los minerales y los fósiles. Conviene hacerlo, además, llevando en la mano el folleto que hay en la entrada a disposición de los visitantes. Porque si ahora lo que se puede ver en la Casa de la Ciencia es precisamente eso, el saber convertido en algo acogedor y divertido (pedruscos misteriosamente iluminados, la huellas de los primeros seres vivos sobre la Tierra en una vitrina, mamíferos marinos y lisérgicas colecciones de mariposas), en su primera vida como Pabellón de Perú también exponía cosas, como es natural, y eran objetos que casi nada tenían que ver con estos de ahora. Como recuerda el texto de Juan José Cabrero Nieves, durante el 29 había una muestra sobre minería en la planta alta, y también otra sobre la industria textil con muestrarios de productos y, casualidades de la vida, «modelos disecados de vicuñas, alpaca y merino peruano». De modo que cuando en estos días se ven por allí colgadas las maquetas de la orca, la marsopa y el calderón común, o bien la mantis religiosa, el escarabajo, el zapatero y otros bichos a tamaño aumentado, se puede decir que uno está ante una tradición del lugar. Hubo también en este pabellón, durante aquella primera expo sevillana, «secciones dedicadas a la agricultura y la pesca, mostrando productos diversos y maquetas de obras de regadío, plantaciones de caña, café y tabaco y de la Universidad Central de San Marcos», dice el texto. Libros y pinturas completaban el contenido que Perú había creído conveniente mostrar de sí mismo en Sevilla. Fue el cordobés Manuel Piqueras Cotolí quien diseñó el caserón. Aunque nacido en la andalucísima Lucena, este hombre fue una de las grandes firmas de la arquitectura llamada neoperuana, y entre sus obras está la tumba de Pizarro en la Catedral de Lima y la Escuela de Bellas Artes de esa misma capital. Esta de Sevilla es de las más famosas suyas, y ya desde la misma entrada se ven esos dos rasgos básicos de su estética, como señala también Cabrero: el barroco, con el pórtico en forma de retablo (tan típico de muchas iglesias de Sevilla y su provincia, para quien se haya fijado) y los balcones cerrados de madera; y junto a esto, la influencia indígena con la escalinata delantera, los remates superiores y la ornamentación de las paredes. Dentro, bordeando el patio, las parejas de llamas de piedra y las hechuras de los pilares dejan bien claro el copyright andino del edificio. webmariposaContrastes, todos los que se quieran en este lugar tan ecléctico que lo mismo permite apreciar unas grandes esculturas de corte indigenista en la escalera que lleva hasta la planta primera (donde están los insectos) como ilumina de forma futurista, con una especie de neones azules, la que une el sótano (donde están las rocas y los fósiles) con la planta baja, presidida por la muestra sobre química. En la mismísima entrada, a un costado, una enorme mariposa de colores anuncia la exposición de los invertebrados. Y las excursiones infantiles van y vienen por los corredores en una constante algarabía. Eso no se lo imaginaba Piqueras Cotolí en los años veinte. Por último: que a nadie se le olvide acuñar su pequeño pasaporte del centenario del parque. Si no tiene, aquí le darán uno.

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