Cultura

Un universo en 90 minutos

Daniel Barenboim ofreció anoche el mejor conciertos de cuantos ha dado en Sevilla. El éxito de público también abrigó con una ovación a la juvenil orquesta West-Eastern Divan

el 20 ene 2014 / 09:18 h.

Imagen-ConciertoMaestranza0 Qué ciudad tan machaconamente difícil ésta. Daniel Barenboim debió entender anoche que el melómano de estos lares no cambia Matalascañas por Beethoven en plena canícula, cuando hasta ahora siempre ha comparecido en el Maestranza. Ayer, con el segundo acto de Tristán e Isolda de Wagner hizo rebosar el coliseo. Enero pues mejor que el verano para la exhibición de la Orquesta del Taller del Diván en la tierra que les acoge y más euros inyecta en este producto costosísimo. No tenemos ciclo de orquestas invitadas como antaño pero mire usted que estamos financiando esta aventura pacifista y formativa que, de lo primero muchos frutos no ha dado, pero de lo segundo, va sobrada. 90 minutos, un universo, o varios, el de Wagner, el de los enamorados y el del fin de una época, casi también el apocalipsis de una manera de concebir la música concentrados en este segundo acto que se escuchó en una interpretación extraordinaria. Porque sí, es cierto que hoy el melómano puede extasiarse con lecturas más fieles y menos abusivas de pathos (se piensa en Engelbrock o Minkowski) pero Barenboim –ese señor que convirtió el pasado concierto vienés de Año Nuevo en un lujoso y bellísimo entierro de cisnes– es capaz de llevar a Wagner a cotas insospechadas. Su muchachada multicultural le respondió con unas texturas vibrantes y cristalinas, oyéndose todo, haciendo de esta música un inmenso caleidoscopio camerístico. Con su trazo, el director argentino, israelí, español y palestino controló cada acento de la partitura, cada frase y cada agógica. Le salió un Wagner hiperclimático, de un premeditado dramatismo, sin pretensiones de espontaneidad, más bien hecho como quien reproduce una y otra vez la misma obra de arte. Saludado como uno de los grandes cantantes wagnerianos Andreas Schager fue un Tristán inmenso, con magnífico instrumento y actitud desmedidamente dramática. De agudos portentosos, proyección excelsa y volcado en la espectacularidad, algo que le hace ser un estupendo partenaire de Barenboim, tan entregado siempre a jugar con la partitura para embaucar al público barnizando con tics propios aquí y allá. En la memoria de quienes anoche acudieron al teatro quedará la Isolda de Irene Theorin, soprano dramática de libro. Su adecuado timbre de voz, la infinita anchura de su instrumento y las magistrales inflexiones con las que dotó su cantar permitieron disfrutar de una interpretación formidable. Lioba Braun (Brangania), Falk Struckman (Marke) –furioso, extravertido– y Graham Clark (Melot) abrocharon un concierto memorable. Hasta para quienes, como el que firma, tiene poco o nulo interés en la figura y la obra de Barenboim, ayer salimos emocionalmente tocados.

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