El Requiem de Mozart, la marcha Jesús de las Penas... Por primera vez en 39 años, el número de ediciones que suma ya el Viacrucis de las Hermandades de Sevilla, los sones del órgano catedralicio teclas acariciadas por las manos expertas del aragonés José Enrique Ayarra se sumaron a los cánticos de la coral Regina Coeli que puso fondo musical al rezo de las catorce estaciones bajo la inmensidad de las bóvedas catedralicias. Es uno de esos cuidados detalles que hizo particular, único si cabe, al Viacrucis penitencial que ayer presidió el Cristo de la Expiración, de la hermandad del Museo, en este primer lunes de Cuaresma. Exhalanado su último aliento de vida por las calles de Sevilla en una disposición muy distinta a como se presenta a los fieles cada Lunes Santo, la conmovedora efigie del Cristo expirante de Marcos Cabrera consiguió arrastrar hasta el corazón de la cristiandad sevillana a toda una legión de católicos dispuestos a meditar sobre los misterios de la Pasión y Muerte del Redentor. Puntualmente, a las 18.15 horas, el portón de la cuatro veces centenaria capilla del Museo, embellecida con las colgaduras del Año Jubilar que celebra la hermandad, se abría de par en par para que el cortejo de acompañamiento del Crucificado de la Expiración comenzase a discurrir, entre el verdor de los ficus y naranjos, por una de las plazas más bellas de la ciudad. Antes, en el interior de la recoleta capilla labrada en el compás del antiguo convento de la Merced, los hermanos del Museo celebraban a puerta cerrada una eucaristía preparatoria, presidida por el párroco de San Vicente, Marcelino Manzano, y por el director espiritual de la hermandad y vicario para la Vida Consagrada, Carlos Coloma. El primer relevo de las andas, aún en el interior del templo, estuvo protagonizado por descendientes y familiares de hermanos históricos de la corporación ya fallecidos. La hermandad tuvo el detalle de nombrarlos uno a uno. Entre las paredes de la capilla retumbraron entonces los nombres de Francisco de los Santos, o de Filiberto Mira, o de José Antonio Gentil Palomo, o de José Angelino Ferrer, o de Luis Torres Santos, o de Manuel Sobrino Peña... y así una larga lista de hermanos que contribuyeron con su esfuerzo a hacer más grande la historia de esta corporación. La tarde, casi primaveral, invitaba a seguir la estela de las andas y aprovechar hasta el último suspiro de luz para recrearse en la insólita contemplación del Cristo del Museo bañado por las luces ocres de la tarde. Empuñando cera color tiniebla, el cortejo de acompañamiento al titular del Museo, integrado en sus filas por unos 250 hermanos de todas las edades, resultó modélico en su comportamiento a lo largo de todo el recorrido, y ello a pesar de que el gentío que asistió a su contemplación sólo guardó el debido silencio al paso de las andas. Pero, sin duda, la estampa que más llamó la atención y que más comentarios despertó fue la particular disposición que ayer presentaba el Crucificado que labrara en 1575 el cordobés Marcos Cabrera. Iluminada su efigie vagamente por cuatro faroles de mano portados por servidores de librea, la impresionante talla del Crucificado figuraba sobre unas nuevas andas, confeccionadas ex profeso para la ocasión y dotadas de un mecanismo que permitían regular su altura. Pese a que una corriente de destacados hermanos de la cofradía defendió la necesidad de que el Crucificado saliera en vertical para esta ocasión, los responsables actuales de la corporación optaron finalmente por una solución intermedia que no terminó de convencer. La serpenteante efigie del Cristo del Museo navegaba a una considerable altura sobre las cabezas del público: tres metros desde el crucero de la cruz a ras de suelo. A modo de una exaltación mecánica, la imagen aparecía izada en un ángulo de 45 grados respecto al plano horizontal para que pudiera apreciarse mejor su rostro. Pero el resultado no fue del todo satisfactorio. Para contemplar esa mirada agónica del Crucificado más valía subirse a algún balcón que esperar su tránsito a pie de calle, aunque difícilmente el singular escorzo de su cuerpo se hubiera apreciado con la nitidez de ayer si hubiera recorrido las calles en posición horizontal. Delante de las andas, una mujer, Asunción Pérez Soria, la primera fiscal de paso de la Semana Santa de Sevilla, que ayer, despojada del anonimato del antifaz, volvía a ejercer esa misma función en el Viacrucis de su hermandad. E integrados en la presidencia del cortejo, portando cirios color tiniebla, los antiguos hermanos mayores y hermanos de honor de la corporación. Por allí estaban los EduardoMartínez Angelina, Jesús Sobrino, Fernando Azancot, Juan Antonio Campos Camacho, José María Tejada, José Luis Palma y Manuel Nieto, a la sazón vicepresidente del Consejo, hombre que ayer no podía disimular una sonrisa de plena felicidad. El lema escogido por la hermandad para este ejercicio penitencial (»Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre») figuraba grabado sobre una chapa en la trasera de las andas del Cruficado, en otro de esos cuidadísimos detalles que ayer distinguió al Viacrucis de la decana del Lunes Santo. Mención especial merece también el escogido repertorio musical que acompañó los traslados de ida y vuelta del Crucificado, así como el rezo de la catorce estaciones en el interior de la Catedral. Nada más salir de la capilla, los niños de la Escolanía infantil Regina Coeli interpretaban uno de los recuperados motetes que dedicara Vicente Gómez Zarzuela al titular de la hermandad del Museo, piezas que no sonaban en la calle desde un ya lejano Lunes Santo de 1931. En el interior del templo metropolitamo y en el bellísimo traslado de vuelta, fue la coral de adultos de la misma asociación musical nazarena la que tomó el relevo a los pequeños. Desde que la comitiva enfiló Alfonso XII, un ingente gentío arropó a la hermandad en su recorrido por las calles más céntricas de la ciudad. Si el andén del Ayuntamiento constituye uno de los momentos cumbres de la procesión del Lunes Santo, ayer a las puertas de la Casa Consistorial, aguardaban las primeras autoridades municipales y la delegada del Gobierno, Carmen Crespo, que portó las andas en uno de los relevos después de presidir la reunión de la Junta Local de Seguridad con motivo del derbi europeo del jueves. El Cristo del Museo se retuerce ahora ante la Puerta de los Palos. Suena el bronce de la Giralda, y en la Catedral se hace el silencio.