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Un Viacrucis solemne para el Buen Fin

Su cadavérica silueta, tendida en horizontal, sobresalía entre la multitud. El Cristo del Buen Fin presidió ayer el primer gran acto público de la Cuaresma sevillana. La imagen, una de las grandes desconocidas de la Semana Santa, arrastró hasta la Catedral a una masa escogida. Nada de bullas. Foto: José Manuel Cabello. Vídeo: Localia Sevilla.

el 15 sep 2009 / 00:00 h.

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Su cadavérica silueta, tendida en horizontal, sobresalía entre la multitud. El Cristo del Buen Fin presidió ayer el primer gran acto público de la Cuaresma sevillana. La imagen, una de las grandes desconocidas de la Semana Santa, arrastró hasta la Catedral a una masa escogida. Nada de bullas.

Solemnidad y recogimiento (a medias) marcaron la trigésimo tercera edición del Viacrucis penitencial de las Cofradías de Sevilla. No ya por el impecable comportamiento del que hicieron gala los 180 hermanos y hermanas del Buen Fin que acompañaron con cirios el traslado del Crucificado a la Catedral, sino más bien por el ambiente gélido y a veces extraño que rodeó en ocasiones a la comitiva, especialmente a su paso por una calle Sierpes que mantenía a esas horas su pulso más comercial, entre el clin-clin de cajas registradoras, el olor a fritanga de los burguers y el estridente hilo musical de algunos establecimientos.

Los momentos más íntimos y más bellos del traslado a la Catedral se vivieron en los primeros recovecos del recorrido, con el campanil de la iglesia conventual de San Antonio de Padua despidiendo al Crucificado, o con una Plaza de San Antonio engalanada con colgaduras azules en los balcones, vestigios de una coronación aún reciente. Encantadora fue también la estampa, entre naranjos, del Crucificado por el interior de la Plaza de San Lorenzo, adonde fue recibido por una luz tibia que arrancaba destellos dorados a la cúpula de la Basílica del Gran Poder. Era la hora del café y hay trajín de camareros en los veladores del Sardinero.

Los hermanos del cordón rojo sacramental al cuello se introducen después por la angosta calle Jesús del Gran Poder, cuya acústica reverbera el dramatismo de las lúgubres notas de la capilla musical que acompaña al Crucificado. Es la primera vez que la corporación franciscana transita por delante de la que será, en un futuro no muy lejano, la nueva sede del Centro de Estimulación Precoz Cristo del Buen Fin, orgullo de cuantos visten cada Miércoles Santo el hábito de los siervos de il poverello de Asís.

El Crucificado transita por la plaza del Duque con un autobús de Tussam a sus espaldas. El recorrido escogido por la hermandad rompe a partir de entonces el ambiente de meditación interior. Extrañamente, un patrullero de la Policía Local abre paso a la comitiva en Sierpes, calle tomada a esas horas por los carteles de rebajas, los luminosos de los comercios y por la farándula de músicos callejeros y figuras humanas que intentan ganarse alguna moneda.

A mitad de la Plaza de San Francisco, el cortejo corrige su rumbo para acercarse a la orilla izquierda y embocar Hernando Colón. Arrecia el frío en el entorno de la Catedral.

Los ojos entornados del Cristo salido de la gubia de Sebastián Rodríguez acopian las miradas de los fieles. Cuatro guardabrisones iluminan unas andas exornadas con rosas rojas a los pies del madero. Una Catedral en penumbra, casi a oscuras, recibe al cortejo. Suena el Perdona a tu pueblo en las voces de los fieles. Un seco rachear de pies acerca las andas hasta la Puerta de los Palos. Los profesores interinos mantienen su protesta en la Catedral. Comienza el rezo de las catorce estaciones. Por los enfermos e impedidos...

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