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Un viajero antitaurino

En plena temporada taurina conviene recordar que siempre ha tenido detractores nuestra Fiesta Nacional. Intelectuales, literatos, papas, monarcas y clérigos de todos los tiempos argumentaban en sus decretos, bulas o escritos las razones por las que había que suprimir estos -para ellos- cruentos espectáculos...

el 15 sep 2009 / 02:25 h.

En plena temporada taurina conviene recordar que siempre ha tenido detractores nuestra Fiesta Nacional. Intelectuales, literatos, papas, monarcas y clérigos de todos los tiempos argumentaban en sus decretos, bulas o escritos las razones por las que había que suprimir estos -para ellos- cruentos espectáculos, tan característicos de nuestro país. Me voy a referir en estas breves líneas a un testimonio que considero inédito incluido en la extensa y riquísima descripción que de Sevilla ofrece un viajero que estuvo en nuestra ciudad en el año 1877, cuya edición preparo en la actualidad. Se trata del chileno Rafael Sanhueza Lizardi. Con motivo de su viaje a nuestro país redactó una preciosa relación de su periplo titulada Viaje en España, publicada por primera vez en Santiago de Chile en 1886 y más tarde también en París en 1889. De hecho, la parte relativa a Sevilla ocupa casi la cuarta parte del texto. Pero lo más curioso es que la mayoría de estas páginas se centran en la descripción de una corrida de toros celebrada el Domingo de Resurrección de dicho año 1877 en la plaza de la Real Maestranza. Estuvo presidida nada menos que por la Reina Madre doña Isabel II y en ella intervinieron como matadores Lagartijo, Frascuelo y Mazantini. Todo un lujo de cartel en la época con toreros de leyenda.

A Rafael Sanhueza le causaba asombro y perplejidad que la misma doña Isabel II, que había presenciado días antes los desfiles procesionales de la Semana Santa desde el palco del Ayuntamiento en la plaza de San Francisco, fuera ahora - según sus palabras- "a celebrar la Resurrección del Augusto Muerto con el horrible martirio de seres inocentes e infortunados". Nuestro viajero, muy marcado por la tradición británica, se manifiesta una y otra vez contrario a las corridas de toros.

A su juicio, "tales entretenimientos nos parecen bárbaros, indignos de hombres, y de pueblos [?] En las actuales civilizaciones, una corrida de toros es, por decirlo así, criminal tributo rendido en póstumas edades a esas costumbres y a esas organizaciones que llenaron de fugitivos las húmedas y oscuras catacumbas". Particular rechazo le produce a Sanhueza la presencia en estos festejos de las mujeres, de "naturaleza excepcionalmente nerviosa, delicada y sensible [?] ¡Ah! Cuando la mujer goza así con tal ensimismamiento en estos juegos, es claro, es innegable que sería de nuestra parte ridícula pertinacia el seguir esperando que España los proscriba". Nuestro antitaurino viajero resume su pensamiento afirmando que preferiría creer, en honor del decoro humano, "que no hay, ni puede existir, dentro de los horizontes civilizados, un pueblo que haya convertido los martirios y la muerte en fuente de alegres entretenimientos".

Pero el chileno Rafael Sanhueza, al final, asistió a la anunciada corrida del Domingo de Resurrección. Expresa que lo hizo "sólo movido del deseo de conocer y de estudiar estos clásicos entretenimientos de la España". También indica que se salió antes de terminar la corrida, pero no sin dejar testimonio del ambiente que había en las gradas, el arte de los tres diestros, la rivalidad que observó entre los partidarios de los dos matadores que encabezaban el cartel (Lagartijo y Frascuelo) y, muy particularmente, la celebrada destreza de este último. A tenor de la extensa, entusiasta y pormenorizada descripción del festejo, Sanhueza disfrutó de lo lindo. Puede parecer contradictorio. Pero me lo explico.

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