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Un violín en la cabeza

Esto es mucho más que la peripecia de un judío sefardí por Europa. Es un antídoto contra la vulgaridad. Tómese uno de estos una vez por semana. Mano de santo.

el 17 oct 2011 / 19:02 h.

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Dan Kofler está sentado en un bordillo del Pabellón de Marruecos oyendo el eco de las tórtolas, que es lo único que le queda ya a la tarde. Cansado del viaje, se ha cruzado allí de piernas esperando el crepúsculo, y, en dicha pose, exuda una soledad tan elegante que el impulso de ser su amigo, de indagar reverentemente en su naturaleza, se antoja una necesidad espiritual. También aguarda a Santiago Trancón, su amigo, el autor de su biografía, la persona con la que más tiempo ha pasado en los dos últimos años y junto a la que protagonizará el acto de esa noche en la Fundación Tres Culturas: la presentación del libro sobre su vida, doblemente titulado Memorias de un judío sefardí: la verdadera historia de Dan Kofler. La historia de un músico, pintor, viajero, mago, filósofo... Pero entre tanto llegan el crepúsculo y Santiago, el rumano accede a irse a tomar café con el primero que se lo propone, que deja de ser un desconocido en el momento en que un delicioso buenas tardes, pronunciado con el timbre dulzón y quebrado de un viejo violín de Bohemia, da por zanjado el asunto de las presentaciones.

Un violín, sí. Aunque el bar está cerrado, la presencia de Dan Kofler basta para que el encargado sirva los cafés sin siquiera pensarlo. El libro, escrito como entrevista, es un mausoleo a la memoria de su padre, a quien Dan adoró siempre, y de quien su madre decía "que hablaba un rumano inexistente", de lo perfecto que era, mientras su padre, Israel, respondía que para triunfar en Rumanía, un judío tenía que hablar mejor que los rumanos. Esa estirpe hebrea, la de los Jacob, existe ya en la Granada de los Reyes Católicos, de donde es expulsada para ir por todo el continente arrastrando, de cordillera en cordillera, la impronta de Sefarad por los siglos de los siglos. Pero en el bar vacío, Dan no habla de eso: "He vivido en un kibutz en Israel y en un palacio en Centroeuropa, he conocido la independencia de Israel y la movida madrileña... Lo he hecho todo, pero me faltaba contarlo. Mi vida no tenía sentido si no podía contarla; el libro forma parte de ella." El violín de su voz hace quiebros húngaros; es el cansancio. "Me pongo nervioso, además, con estas cosas de las presentaciones. Y mañana tenemos que hacer otra en Córdoba", con el agravante de no ser, él, un hombre dado a los trasnoches vanos a que dan lugar este tipo de celebraciones: "En un bar, tomando copas, no aguanto ni quince minutos. Me aburro." Hasta que llega Santiago y, empujado por el entusiasmo de Dan, se pide otro café que el camarero sirve como una merced.

Santiago llega casi con el tiempo justo, porque el conductor del autobús no se acordó de avisarlo de la parada y acabó sabe Dios dónde. También anda el profesor un puntito más agotado de lo normal en estos casos: no son chiquillos ya. Pero entonces se produce uno de los destellos maravillosos que no faltarían en toda la noche: "¿Te quedarás en Sevilla a dormir?", le pregunta Dan con el entusiasmo de un niño de 65 años, y Santiago le dice que sí. "¡Qué bien!", suena entonces el pizzicato en la garganta del viejo judío sefardí. "Así charlamos."

Su padre también tenía dotes de músico, de escritor y de artista en general. Apuntaba a genio y le dio amor y los mejores consejos de su vida. Pero un día que estaba tocando algo para la familia, apareció el abuelo de Dan y le partió a su hijo el violín en la cabeza. Fue una manifestación tan brutal y tan imperativa de ordinariez y de sentido común que el padre de Dan truncó su destino y acabó de pintor de brocha gorda.

La luz turquesa del crepúsculo cae por fin, reflejada desde los artesonados de las galerías altas del Pabellón de Marruecos, azuleando los arabescos de los zócalos de un patio que, rendido a la noche, ya ha encendido los hermosos faroles de su galería circular. Abajo, presidiendo el salon, empiezan a hablar ambos, Santiago y él, sin que se sepa cuál de los dos tiene una personalidad más deslumbrante, si el poeta de León y doctor en Filología o el inefable artista rumano y viajero sefardí, a cuyo lado descansa ese zimbal antiquísimo que lo acompaña por el mundo. "No vamos a hablar de la crisis, sino de algo tan extraño como qué pensamos, por qué pensamos", se prologa el leonés, que se pregunta qué maravilla puede ser esa de reunirse treinta o cuarenta personas al anochecer, allí en la Cartuja, para hablar de un libro raro y único, como sus protagonistas. Y sobreponiéndose al vapuleo de andar de viaje por toda España para presentar la obra, a sus edades, dice: "El destino de los libros suele ser la guillotina, por eso estamos aquí haciendo el esfuerzo." Se les ve allí solos, delante; están radiantes e inermes, y da la sensación de que sean (en el sentido más noble que jamás haya conocido la expresión) una antiquísima compañía de cómicos de tan solo dos personas que recorren el mundo intentando salvar la palabra. "Para que su vida fuera verosímil tenía que ser literaria", dice de su amigo. Como cabía esperar, el libro resulta ser precioso. Dan se levanta y toca (y canta) una oración judía que parte el corazón y hace viajar en el tiempo. Y cuando termina, ya apenas queda sitio para un párrafo.

¿Cabría en este párrafo la sinopsis del libro? ¿Valdría más recomendar al lector que pruebe a apagar un rato la tele y asista a actos como los que organiza casi cada tarde la Fundación Tres Culturas? Ojalá hubiese espacio para ambas cosas, tan útiles para aprender a defenderse de quienes puedan querer partirle a uno su violín en la cabeza.

De utilidad:

Ancestros gitanos, un nacimiento marcado por los portentos y anunciado por una adivina, un niño al que su madre nunca supo querer, que por ser superdotado fue ingresado en un centro para retrasados mentales (como se decía entonces). La increíble historia de una vida sin descanso por Europa en pos del arte, del amor, de la propia identidad, de la huella judía, de la filosofía; un viaje donde no faltan maravillas, y que de algún modo también acaba siendo el viaje de la vida de Santiago Trancón, el biógrafo.Como músico, su nombre artístico es Dino del Monte. Como personaje único, su colofón es este libro: Memorias de un judío sefardí: la verdadera historia de Dan Kofler, que puede encontrar en librerías, editado por Infova, por unos 20 euros.

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