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Un vivero de nazarenos en San Antonio

el 16 sep 2009 / 01:08 h.

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I. Comesaña

En la salida de la hermandad del Buen Fin da la impresión de que a los padres les ha dado en los últimos años por sembrar nazarenitos, y ya se van viendo los resultados en forma de cofrades chiquititos a los que se les escurren las varas de las manos, repiqueteando en el suelo. "Éste es el vivero", dice orgulloso un abuelo con cinco nazarenos a su cargo, recordando que él también salió en su día de la mano del suyo, con lo que en su familia se cumplen cinco generaciones de nazarenos de color marrón franciscano.

Entre ellos, Raúl Ávila pasea en un carrito sus dos meses de vida con túnica, antifaz -sin colocar-, cordón con sus nudos y medalla plateada. Su madre, Marta Martín, explica que la túnica es heredada: la llevó su tío Francisco Javier Arroyo, que 32 años después es costalero de la Virgen de la Palma. ¿Es el nazareno más chico? Pues no. Yolanda Parrilla lleva en brazos a su hijo Antonio Luis Molina, igual de bien uniformado, que a sus 43 días realiza su segunda estación de penitencia. El lunes le tocó Santa Genoveva.

Con el futuro asegurado, los costaleros pueden estar tranquilos bajo un paso al que da su primera llamada el cardenal Carlos Amigo, y que levantan a pulso para no dañar al Crucificado del Buen Fin, enterrado entre los claveles burdeos para poder superar el doble dintel del convento. Tras él, el general López Negrete llama al palio, que sale luciendo su dorado jalonado de colores y al son de Campanilleros. Al pisar la calle, no son los niños los que lloran.

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