Patricia tiene 43 años y lleva seis en Sevilla. Casi desde que llegó libra a diario una batalla contra el reloj para intentar ganarle alguna hora para trabajar. Porque Patricia tiene cuatro trabajos: a primera hora cocina en una casa de Triana, luego cuida a un señor mayor, a mediodía limpia escaleras y por la tarde se dedica también a la limpieza de otra casa. En total, más de 12 horas de trabajo y cinco viajes en autobús.
Cuando llegó se apoyó en su primo, que había emigrado meses antes también desde Bolivia. Él la acogió en su casa y la ayudó a buscar su primer empleo. En su país había trabajado en la hostelería y cuidando enfermos y su primer empleo fue de interna en una casa de una anciana. Al morir la mujer, se vio de nuevo en la calle, aunque poco a poco consiguió la estabilidad que le permitió mudarse a un piso, alquilado, en la barriada de El Cerezo. Así, con la mejoría de su vida económica y con un hogar propio, Patricia pudo traerse a su hijo adolescente.
Ambos están muy integrados en la ciudad. "Sobre todo mi hijo, por el instituto y eso. Él se siente ya uno más", resume Patricia. "Aunque es verdad que a mí me cuesta más y mis relaciones son casi todas con inmigrantes como yo".
El sueño de Patricia es poder volver un día a su país: "Yo quiero porque echo de menos a mis padres, a mis hermanos, pero cuando traje a mi hijo también asumí que quizás él ya no quiera volver".
Lo que más le llamó la atención a esta mujer de la ciudad "fue la facilidad para encontrar pescado, que sea tan barato, porque en mi país es casi una comida de lujo".
En cuanto a los servicios públicos, está muy contenta con la atención que recibe en su centro de salud. "Me hace sentirme segura el que mi hijo y yo podamos disponer de un doctor que nos reciba cuando lo necesitamos". De otros servicios no es usuaria, aunque dice que si tuviera tiempo querría nadar: "Algunas compatriotas lo hacen en la piscina de cerca de mi barrio".