Cultura

Una cantera inagotable

Morón llegó al hotel Triana dispuesto a demostrar que no vive de la nostalgia. Pepe Torres, Dani de Morón y Antonio Ruiz, ‘El Carpintero’, entre otros, regalaron momentos memorables en la noche del sábado.

el 21 sep 2014 / 22:25 h.

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EL BAILE DE LA FRONTERA * * * * Escenario: Hotel Triana. Baile: Pepe Torres, Jairo Barrull, Carmen Lozano como artista invitada. Cante para el baile: Moi de Morón, David el Galli, Guillermo Manzano, Juan José Amador. Toque para el baile: Eugenio Iglesias, Paco Iglesias. Cante: Antonio Ruiz el Carpintero. Toque: Dani de Morón. Guitarra invitada: Diego de Morón. Entrada: Lleno. Pepe Torres, un bailaor de estampa clásica que emocionó en el hotel Triana. / Antonio Acedo Pepe Torres, un bailaor de estampa clásica que emocionó en el hotel Triana. / Antonio Acedo   Hace ya algún tiempo que Morón parece querer trascender su condición de yacimiento flamenco y demostrar que es un foco vivo y efervescente de creatividad. Dicho de otro modo, hay una clara voluntad de los profesionales moronenses de desarrollar un discurso jondo que no quede aplastado bajo el peso de su impresionante tradición, pero que tampoco se pierda en esnobismos sin cuento. A ese desafío respondía claramente la propuesta El baile de la frontera que llegó el sábado a las tablas del hotel Triana, y que resultó traer aparejado también cante y toque de primera. Todavía no se habían acomodado los espectadores cuando cayó como una tormenta, a modo de presentación, una poderosa ronda de bulerías con los dos bailaores invitados, Pepe Torres y JairoBarrull, que dejó sin respiración a más de uno. Tonterías las justas, parecían decir. A Triana se viene a dejar el pabellón alto, y a los espíritus impresionables más les valía pedirse una tila en la barra. A partir de este momento comenzó un estimulante juego de espejos, en el que los distintos intérpretes vinieron a mostrar lo comentado antes, ese contraste entre lo viejo y lo nuevo, entre la raíz y el horizonte. Así, Diego de Morón, sobrino de ese monstruo de las seis cuerdas conocido como Diego delGastor, trajo al escenario trianero la esencia de la escuela de su tío, con ese pulgar marcando su ley y ese modo añejo de hacer los ligados que levantó de su silla al respetable. A nadie se le escapa que es un músico con una edad y no se le puede exigir pulcritud formal. Es más, el público pasó por alto los momentos en que se trabó, porque de lo que se trataba era de diseminar en el aire perfumes que ya no existen, colores de otro tiempo, un sentido hondo y dramático del toque que la mayoría de los advenedizos ni han olido. Incluso dejar, como hizo en algún momento, que la sonanta se disfrace de sitar, invitando a soñar con lejanas fronteras y remotos parentescos jondos. Al otro lado del azogue apareció, un rato después, Dani de Morón, replicando con el mismo repertorio de seguiriya y bulería, pero ejecutadas desde el hoy, y en algunos momentos diríamos que desde el mañana. El joven guitarrista lleva ya media Bienal demostrando que se encuentra en un momento de forma extraordinario, pero ayer además vestía la camiseta de su pueblo, y salió con una motivación total. Las bulerías acompañadas por ese metrónomo humano que son las palmas de los Melli fueron un alarde de ritmo y fantasía de los que el moronero nos tiene acostumbrados, pero la seguiriya fue mucho más: un monumento de belleza y desconsuelo que cada espectador se llevaría esa noche a la cama, con el alma temblando como una hoja. No quedó ahí la cosa: antes de esto, Dani había acompañado a Antonio Ruiz El Carpintero, y lo había hecho remedando el toque antiguo de la villa, donde ElCarpintero evocó a Joselero en los tangos de El Titi, pero donde más gustó fue con la soleá de Juan Talega, emocionante. Era la gran oportunidad para un aficionado veterano, y ahí no cabía la ojana. Ni la nostalgia, porque lo que se escenificaba no era una extracción arqueológica, sino un sentimiento inmediato y vibrante. Como tampoco lo estaba en los planes de Pepe Torres, bailaor de estampa clásica que salió, también él, a darlo todo. Sin colorantes ni conservantes, haciendo lo que ha mamado, lo que lleva dictado en la trenza del adn. Arropado por unos cantaores no menos inspirados, estuvo formidable por soleá, pletórico de compás y expresividad, para terminar poniendo en pie por bulerías a un entregado patio de butacas. Por contraste, Carmen Lozano se antojó una bailaora a todas luces virtuosa, acaso con una capacidad de transmisión algo menor. Sobre el romance apostó por exhibir su vigor, en ocasiones excesivamente gesticulante, pero no se olvidó de desplegar sus indudables gusto y delicadeza. Si hubiera mostrado algo más de contención, habría redondeado mucho mejor la faena. Algo parecido podría decirse de Jairo Barrull, excelentemente dotado con los pies, que arrancó como una avalancha por alegrías. Su figura ha perdido con el tiempo algo de esbeltez, y ha ganado en cambio en presencia sobre el escenario. Gusta el joven bailaor de echar mano de golpes de efecto que hacen las delicias del público, pero rara vez se olvida de dónde está el norte de su arte. En la medida en que no anteponga aquéllos a esto último, seguirá haciendo felices a sus seguidores. La cosa acabaría como empezó, con fin de fiesta por bulerías, el palo dominante de la noche. El objetivo parece cumplido: Morón se reivindicó con fuerza en el mapa flamenco actual, logró reverdecer laureles y, lo que es más importante, evidenció que su cantera flamenca es aún más rica y generosa que sus legendarias canteras de cal.

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