Una visita escolar, absorta ante el discurso ?más cuentacuentos que experta? de la monitora, contempla una obra de Barceló. Una de las niñas aprovecha la pasión y el descuido, y corre hasta la frontera con la otra exposición, entrevistos los neones en la pared. La maestra quiebra su mudez, gana en velocidad, la atrapa a tiempo. Su mañana transcurre en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga y su edad ?ocho, nueve años? les condena a dibujar animales e imaginar el desierto. Mientras, al otro lado y en un tiempo, cuando el corazón algo más roto, les aguarda Tracey Emin...
Este resumen de veinte años de trabajo, la primera exposición de Emin en España, combina ambición y sencillez: exhibe la humildad de su cama, recrea la galería en la que se encerró, muestra obras como montañas rusas y miniaturas que resumen el trabajo que destruyó en una crisis personal. Tracey Emin se graba bailando, charlando con su madre, filma a su padre cultivando en el huerto e instala el vídeo en la casita de sus sueños, se fotografía desnuda, se fotografía. La poética de Tracey Emin, si el término se aplica también a los artistas, gira en torno a Tracey Emin, a sus obsesiones, lágrimas ?más? y sonrisas ?menos?. Pero no hay ombligos en ella: casi sustituimos cada una de sus vivencias por otra de las nuestras. Esta antológica de Emin es un resumen de nuestra vida. Nos han rechazado, nos han querido, bordaríamos la identidad de nuestros amantes en una tienda de campaña, presentaríamos nuestro currículum en una colcha de patckwork. Unos abrazamos la tristeza; ella crea.
Este texto es una carta de amor para Tracey Emin, manchada de desayuno y con letra mal escrita, como ella desearía. Pero también es una invitación, un localizador que imprimir a pie de vía, un vale para una tarde de pasión, a que aprovechen una Málaga a dos saltos y con un centro artístico de completa vanguardia. De nuevo el motor: Tracey Emin, hasta el 22 de febrero. No se lo pierdan, por favor. Les odiaría para siempre si no me hicieran caso.