Una casa, 32 historias

La institución benéfica Regina Mundi, situada en el Barrio Bajo de San Juan de Aznalfarache, se ha convertido en el hogar de muchos que carecían de uno propio.

el 22 sep 2010 / 17:47 h.

Todos los inquilinos de la casa se consideran como una gran familia.

Entre la vegetación que hay a la entrada llegamos a una casa. Parece estar hecha para una familia grande. Y tanto. Es la institución benéfica Regina Mundi. A la entrada nos recibe Andrés. Desde su silla de ruedas coge su móvil rojo (aunque luego confesará su pasión por el Betis) para llamar a la hermana Mari Ángeles, la cabeza de esta gran familia.

Regina Mundi pertenece a la orden de la institución benéfica del Sagrado Corazón de Jesús, fundado en 1947 por la madre Rosario Vilallonga. La asociación de fieles de la Virgen de los Reyes y San Fernando acaba de donar a esta insitución benéfica, que lleva 55 años de historia a sus espaldas, 8.000 euros que serán destinados a “los gastos diarios: luz, agua, comida, obras...”, explica agradecida la religiosa.

Por los pasillos está Andrés, y en el patio, Manolito saluda con una amplia sonrisa que le arruga toda la cara. Hasta 32 historias conviven en esta casa. “Aquí atendemos a personas enfermas, sin familia o que no pueden ser atendidos por ellas. Son pobres, sin recursos, los más desvalidos”, explica la hermana. Ese es el criterio que guía a esta institución religiosa. Pero el abanico de edades es muy amplio: desde los tempranos 10 años hasta los 97, tanto hombres como mujeres.

Son muchos los años que pasan aquí, algunos casi toda su vida, como Pepa, que lleva más de 40 años en ésta, su casa.

Pese a sus enfermedades la hermana afirma que “cada uno colabora en lo que puede porque eso crea un vínculo, como en cualquier familia”. Les ayuda a subir su autoestima, al verse útiles ayudando a sus “hermanos”. Una de ellas, María, ya está en cama por la edad, pero cuando iba en silla de ruedas no dudaba en ayudar a los recién llegados. Hace unos años, María guió a Magdalena, ciega, hasta el servicio con su silla de ruedas. Cuando Mari Ángeles se la encontró parada en la puerta del servicio le explicó: “Es que Magdalena quería ir al servicio y la he ayudado. Porque yo estoy mal, pero ella está peor”.

En la institución son muchas las manos que colaboran. Juanto a las tres monjas y los diez empleados contratados, muchos son los voluntarios, una buena parte jóvenes, que acuden para ayudar en las tareas de cocina, limpieza o, lo más importante, acompañando a los enfermos que allí residen.

No hay un día igual que otro y lo viven como otro hogar más. “Salimos a la playa, a la feria, al cine, hacemos fiestas de disfraces, hacemos regalos en las fiestas navideñas... como una familia normal, sólo que más grande”, dice.

En el salón de los hombres, Federico, voluntario, está con Joni que “no habla pero es más listo que nadie”, bromea la hermana. Una enfermedad no le permitió desarrollarse y todavía conserva el cuerpo de un niño de seis años. ¿Su mote? El profuguín. Cuando llegó a la casa tenía 17 años “y aún con la talla de un bebé”. La madre le dio a la religiosa un par de cartas de la mili. Tras ir al cuartel se llevó la sorpresa de que lo habían declarado prófugo. Joni sonríe mientras escucha cómo cuentan su anécdota de la mili.

Uno de los casos que más impacta a esta religiosa es el de Juan Francisco, Chico para los amigos, que permanece en coma desde los 15 años. Tiene 34. La música clásica es la banda sonora de su habitación. Como dice la hermana  “lo duro de esto no es sólo la enfermedad, es la historia que hay detrás”. Y así hasta 32.

En la casa también disponen de gimnasio, dónde un fisioterapeuta ayuda a muchos de los inquilinos en sus labores de rehabilitación. También acude una psicóloga y una profesora para dar clase a los más jóvenes mientras otros van al colegio. “Hay gente que se cree que esto es una casa triste porque hay mucha enfermedad, pero no lo es”, sonríe la religiosa.

En la sala de los ordenadores, Andrés enseña su fondo de pantalla del Betis y bromea cuando la hermana Mari Ángeles le pregunta cuándo se va ir. Pero él contesta de forma rotunda: “De aquí no me echan ni con agua caliente, me he quedado con la dirección”. La religiosa suspira y vuelve a sonreír: “Si es que soy madre soltera de familia numerosa”.

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