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Una catarsis colectiva

Casi un millón de personas pasaron la noche de imaginaria, transitando por las calles de Sevilla, disfrutando de la noche más hermosa para los cofrades, la gran noche que concentra la atención de sevillanos y visitantes. Como cada año, la pasión se desbordó desde la medianoche, cuando la Macarena reconquistó la calle.

el 16 sep 2009 / 01:09 h.

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Casi un millón de personas pasaron la noche de imaginaria, transitando por las calles de Sevilla, disfrutando de la noche más hermosa para los cofrades, la gran noche que concentra la atención de sevillanos y visitantes. Como cada año, la pasión se desbordó desde la medianoche, cuando la Macarena reconquistó la calle.

Y en esto que llegó el éxtasis, la catarsis colectiva. Una Madrugá más, las almohadas se quedaron intactas y las camas por deshacer. En San Gil comenzaba todo al filo de la media noche, y los sentimientos se desbocaban.

Los Armaos son los que más kilómetros hacen el Jueves Santo... y la Madrugá. A la hora de autos, ya se habían recorrido media Sevilla repartiendo estampas, solos y acompañados de corneta, redobles inconfundibles y esperanza, mucha esperanza. La derramaron a raudales, un año más, especialmente en el Hospital Virgen Macarena, dulcificando la ausencia en la calle de tantos enfermos. El séquito con más arte de la ciudad, con su incombustible Pepe Hidalgo al redoble, empezaban a sudar las corazas y a emborracharse de halagos y flashes. Así hasta poco antes de la media noche, cuando tantas ganas reprimidas se desataban a las puertas de la basílica.

El Señor de la Sentencia, con su andar macareno, iniciaba su travesía ante un mar de cabezas en penumbra. Alrededor de una hora más tarde lo hacía la Esperanza entre saetas, vítores y oraciones. El contrapunto lo servían en torno a la misma hora en San Antonio Abad y San Lorenzo, y cerca de las cuatro de la mañana en la Magdalena, puntos todos donde la algarabía y el júbilo no eran bienvenidos, pero sí el respeto, el silencio y el gozo de los sentidos ante la contemplación de tantas maravillas surcando las calles: el azahar perfumando el palio de la Concepción; el Señor de Sevilla llevando su carga y su pena por las calles, volviendo locas las glándulas pituitarias del respetable; y el Cristo del Calvario enmarcado con sus cuatro hachones por luminarias.

Y de nuevo al éxtasis del alma y los vellos de punta en otros dos puntos: la calle Pureza y en el Santuario de Los Gitanos. Madrugá de pellizcos, de trompetería fina anti-bostezos; Madrugá de Esperanza marinera, de Tres Caídas y serruchismo costaleril; Madrugá de canela y clavo, de Saeta y de un Cristo moreno que abraza la cruz como ninguno.

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