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Una charla ante la chimenea

Unos 60 millones de personas, uno de cada dos adultos, se acercaron a la radio de sus hogares, talleres, cafeterías y tiendas, una mañana de domingo de 1933, para escuchar la primera de las famosas charlas ante la chimenea del Presidente Roosevelt.

el 15 sep 2009 / 20:01 h.

Unos 60 millones de personas, uno de cada dos adultos, se acercaron a la radio de sus hogares, talleres, cafeterías y tiendas, una mañana de domingo de 1933, para escuchar la primera de las famosas charlas ante la chimenea del Presidente Roosevelt. Durante unos 14 minutos, el recién electo presidente de los Estados Unidos explicó la crisis bancaria que estrangulaba la economía americana. En ningún momento formuló reproches a los bancos o a los banqueros, se limitó a describir las limitaciones del libre mercado y, sobre todo, a convencer a todos de la responsabilidad de cada uno para poder salir de la crisis. Apeló a la necesidad de restaurar la confianza de los particulares en las entidades bancarias. "Tu Gobierno no quiere que la historia de los últimos años se repita, no queremos y no tendremos otra epidemia de quiebras bancarias". "Todo depende de su propia ayuda, juntos no podemos fallar". A las pocas horas, el mismo lunes por la mañana, se formaron miles de colas a las puertas de los bancos. Pero a diferencia de días anteriores, esas colas no eran para retirar masivamente dinero, eran para realizar ingresos en las esquilmadas cuentas bancarias por aquellos que tenían dinero disponible. En ese lunes se llegó a captar más de 300 millones de dólares de la época.

Fue tal el estado de ánimo que provocaron las palabras de Roosevelt, que el famoso inventor Thomas Edison declaró emocionado que "el Presidente ha hecho su parte, ahora tú tienes que hacer algo. Compra cualquier cosa, en cualquier sitio, pinta tu cocina, envía un telegrama, compra un coche, paga una factura, alquila un piso, córtate el pelo, acude a un espectáculo, haz un viaje o cásate. Da igual lo que hagas, pero haz algo y haz más cosas. El viejo mundo está empezando a moverse". Sin duda, Roosevelt consiguió tres cosas, primero ajustó las cuentas al libre mercado sin regulación, después evidenció la firme voluntad de su Gobierno y, finalmente, sentó las bases emocionales para el mayor esfuerzo conocido, de un Estado y de millones de personas, comprometidos colectivamente para recomponer una economía en estado comatoso.

Ahora que Bush ha declarado que ha perdido su fe en la economía de mercado, todo el mundo mira esperanzado ese nuevo New Deal propuesto por Obama. En un momento en el que algunos señalan la insuficiencia de los esfuerzos realizados hasta la fecha y la necesidad de emplear en el sistema una cifra tan increíble como el 7 % del PIB mundial. Con un ambiente dominado por una sensación de huida hacia delante, sin soluciones y con la débil ambición de ganar tiempo. Con una angustia institucional atrapada en la demanda de medidas inmediatas y que parece cebarse inútilmente en los responsables de la contracción global del crédito. A la vista del panorama, la verdadera urgencia reside en encontrar esos líderes capaces de explicar lo que todos debemos hacer para salir del agujero. Líderes con la valentía y la visión para agarrar el micrófono con el calor de una simple chimenea.

Abogado

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