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Una ciudad, abierta 24 horas

Un paseo desde que la mañana aun está fresca hasta que el cuerpo aguante. Diez lugares para volver a descubrir la luz de Sevilla otoñal. La cámara de fotos es imprescindible.

el 17 oct 2010 / 06:35 h.

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¿Es de los que no recuerdan la última vez que pasearon sin prisas por la ciudad? Hay casos peores, muchos nunca han visitado las campanas de la Giralda, ni paseado entre naranjos cuando la primavera así lo exige. Nunca es tarde para una absolución y Sevilla le ofrece un espectáculo casi religioso para obtenerla, sobre todo ahora que el otoño ha llegado a sus orillas. La luz intensa del verano se va y llega la luz tamizada del otoño, el color especial que tiene Sevilla cambia.
Las horas de un día serán suficientes. Se le propone un paseo para pies y ojos pacientes: la Sevilla de siempre. Empiece por el Barrio de Santa Cruz, que no se diga que los únicos que lo aprecian son los turistas. Son las diez de la mañana, los jardines de Murillo están frescos, amortiguando el tráfico. Pasee por los escalones de azulejos hasta la Plaza Alfaro. El número cuatro de la plaza es un portón de madera con mil detalles y un balcón de otro tiempo que Julieta envidiaría.
Es la Sevilla antigua, la que aún guarda pasajes estrechos, donde la gente viene y va a golpe de flash. Paralela a la muralla, la sombra de la Calle del Agua aún discurre fresca. Las tiendas muestran sus mejores lunares y abanicos para quienes quieran un recuerdo. Hacia la mitad de la calle el cielo se cubre de buganvilla, una parra con pequeños racimos de uvas verdes tapa el sol de las once y cuarto de la mañana. Sevilla puede llegar a ser una Torre de Babel; cada conversación llega en un idioma distinto. Una pareja de japoneses intenta investigar la palabra boquerones.
Hasta que llegue el momento de la primera tapa del día, siga paseando por la Calle del Consuelo. La amabilidad, unida a las ganas de presumir de sus dueños, permite ver los portales abiertos, sus patios realmente selváticos no tienen desperdicio. Objetivos de cámaras y caras curiosas espían por las esquinas del Hospital de los Venerables, son las doce y diez.
Salga a campo abierto. A la una y media de la tarde, en la calle Mateos Gago podrá hacer uno de los mejores retratos del perfil de naranjos de la Catedral, la calle estrecha y su piedra clara. Acérquese a sus muros y mire hacia el suelo. Verá las letras en latín, cinceladas a conciencia en los sillares más cercanos al suelo. A saber qué romano se quedó sin casa por esas piedras.
Que sus pies tengan paciencia. Hace horas que ya se cumplió con la hora del almuerzo y a las cuatro de la tarde se cruza el río por el puente de San Telmo, hacia la calle Betis. Más bien de vida nocturna y juerguista, seguramente esté vacía a esta hora. En la plazuela de Santa Ana podrá sentarse a tomar café o simplemente a mirar. Uno de los balcones está tan cuajado de macetas y plantas colgantes que apenas deja ver la fachada del edificio. Se deja atrás la plaza del Altozano por el Puente de Isabel II, Puente de Triana para los sevillanos. La luz de la tarde del otoño difiere bastante del verano, de un color casi blanco a un amarillo dorado. Después del puente la orilla del río, si está dispuesto es hora de mojarse un poco, metafóricamente: en el muelle de la sal se alquilan hidropedales. Es una perspectiva curiosa del río y aconsejable ahora, no en invierno.  
A las ocho menos cinco el sol ya está bajo. Mirando hacia el cielo del Aljarafe, con la tarde despejada, el cielo parece una cerilla prendida. Espere pacientemente en el Paseo de Colón a ver ponerse el sol, los contornos a contraluz de Triana merecen la pena.
Las nueve y el día se termina, pero aún queda la noche. Se deja atrás lo acostumbrado para dar paso a una ciudad con un rostro más moderno, cambiante y a veces estrafalario (al igual que las vestimentas de algunos de sus habituales), la Alameda de Hércules. Su tenue iluminación es perfecta para tomar algo en una de sus muchas terrazas. Si le gusta la música podrá elegir: desde lo más flamenco a una sesión de jazz. Cuando termine la canción termina el paseo. Si sus pies lo sostienen ya puede dirigirse a casa. Ha sido suficiente por un día, pero una mínima parte de lo que Sevilla ofrece.

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