Lo hemos dicho ya muchas veces por este mismo espacio o por el que dedicamos en las páginas de cultura a las críticas de las películas (y lo volveremos a decir cuantas hagan falta): la comedia de Hollywood no es lo que era.
Y lleva sin serlo tanto tiempo que uno ya ha dejado por imposible el pretender si quiera reírse cuando acude a su cine habitual a sentarse delante de una cinta de dicho género. Atrás quedan los años dorados de la misma en los que poco podíamos equivocarnos a la hora de dar con una comedia que consiguiera su objetivo primordial.
Con los años ochenta como última década de grandeza del género (tanto en términos generales como en ese gran subgénero que es la comedia romántica), las dos últimas décadas han visto tan sólo un puñado de filmes dignos de ser considerados por encima de la media, algo que, según parece, también merece este Morning glory que, irónicamente, ha pasado desapercibido en la taquilla norteamericana.
Protagonizado por un Harrison Ford que necesita como el comer un proyecto que le devuelva a donde se merece (no en vano es uno de los mejores actores que ha tenido Hollywood en los últimos treinta ños), la cinta de Roger Michell gira en torno a Becky Fuller (la estupenda Rachel McAdams), una productora de un programa matutino de televisión que es despedida.
Contratada de nuevo por una de las principales cadenas cuyo programa de noticias matinal es el último en el índice de audiencias, Becky hará lo que sea por inyectar algo de juventud y entusiasmo en un equipo que carece de tales ingredientes; aunque para ello tenga que volver a traer a uno de los más veteranos y respetados periodistas de la pequeña pantalla, el intratable Mike Pomeroy (Ford).