Cultura

Una conferencia al pasado

El antiguo Pabellón de la Compañía Telefónica Nacional de España, hoy sede de Forja XXI, es uno de los edificios incluidos en el itinerario de puertas abiertas con ocasión del centenario y mantiene intacto el espíritu de la Sevilla del 29.

el 03 jun 2014 / 23:59 h.

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Cartel que recibe a los visitantes en el vestíbulo del edificio, diseñado por el célebre arquitecto Juan Talavera. / Cartel que recibe a los visitantes en el vestíbulo del edificio, diseñado por el célebre arquitecto Juan Talavera. /

El Ayuntamiento está ofertando la posibilidad de regresar a 1929 sirviéndose para ello de esa máquina del tiempo que es el Parque de María Luisa y aledaños, aprovechando el centenario del recinto. De aquí al verano, algunos de los pabellones de aquella Exposición Iberoamericana, hoy dedicados a otros cometidos muy diferentes de los de entonces, mantendrán sus puertas abiertas –más o menos– a las visitas de los paisanos. Uno de los recintos que componen esta misión de rescate de la memoria semiolvidada es el que hoy sirve de sede a la Fundación Forja XXI: el Pabellón de Telefónica.

Hasta el próximo día 22, de lunes a viernes y de 11 a 13 horas, se puede acceder gratis al interior y a los jardines de este edificio que efectivamente produce en quien lo pisa por primera vez la sensación de haber dado un salto atrás de cien años en el tiempo. Es una impresión subjetiva que no solo tiene que ver con los azulejos antiguos que enseñorean el patio central, ni con los arcos de yesería, ni con los macetones rebosantes de potos y cintas, tan conventuales y fresquitos, tan habituales en las viejas casas sevillanas y que parecen alimentarse de agua y de silencio. No es solo esa suma de elementos evocadores:es, en conjunto, el espíritu del lugar; algo inefable que está en el color de los portones repintados, en los faroles, en el eco de las losas de mármol antiguo, en las sombras del jardín, en la textura de las imágenes y las cosas. Uno pasea por el Parque de María Luisa y a poco que se descuide olvida este rasgo tan importante que lo preside todo allí; pero cuando se ingresa en un espacio diferente, inusual, algún extraño gen de la memoria se activa y la Sevilla del 29 se le hace presente con toda su fuerza.

La lástima es que no todo el edificio sea visitable. Sería interesante poder curiosear por las aulas, subir por las torres, bajar al sótano... Nada de eso es posible. Y no es el único de los destinos de esta ruta donde ocurre.

El Pabellón de Telefónica lo hizo el arquitecto Juan Talavera entre 1925 y 1927, quien también erigió para la misma compañía su sede de la Plaza Nueva y de cuyo carácter dan cuenta también otro puñado de obras muy conocidas, como el Mercado de Entradores y el Puente de San Bernardo. Seguramente, este autor no imaginó que noventa años después de levantar esta edificación neomudéjar, sobre su entrada colgaría una pancarta con letras verdes con el lema Salvad la escuela de jardinería y que bajo la misma pasaría la gente con un planito en la mano y un pequeño pasaporte naranja. Porque esa es otra: hay pasaporte. No es obligatorio, pero lo hay.

Se trata de un cuadernillo de pastas naranjas que dan gratuitamente en cada una de las etapas de esta ruta por los pabellones del 29. La idea es llevarlo encima en todo el recorrido y que a uno se lo vayan acuñando en las sucesivas visitas, de tal modo que cuando tenga la libretita completa con todos sus sellos puestos pueda participar en el sorteo de unas entradas para el Teatro Lope de Vega.

En el caso del Pabellón de Telefónica, tanto el folleto como el pasaporte se entregan en la secretaría, que no está en el recibidor del edificio principal, como suele ser costumbre en el común de los casos, sino en un pabellón aledaño, a la izquierda según se entra, y con el que se remata la estructura del inmueble al final de uno de sus dos brazos curvos porticados y simétricos. Es agradable pasear por ellos, por esas galerías abiertas que, por hallarse elevadas por lo menos un metro con respecto al jardín delantero, ofrecen una hermosa panorámica de este, con todas sus plantas en plena eclosión primaveral y con unas sugerentes vistas de la Torre Sur de la Plaza de España, que está a tiro de piedra.

Se ve que la escuela de jardinería por la que se clama desde la pancarta de la entrada hizo un excelente trabajo con estos parterres, y ahora rebosan de verdor y de color. También de mirlos correteando por el suelo con hechuras de secretario de ministerio, en busca de humedad y de bichejos, como tienen por costumbre (los mirlos, no los secretarios de los ministerios, hasta donde se sabe).

Visto desde la Avenida de Covadonga, a la que se muestra su fachada, lo que más destaca de la construcción son sus dos torrecillas octogonales coronadas por sendas cúpulas cerámicas de media naranja. Por lo demás, el edificio tiene trazas de San Isidoro del Campo, de Santa Paula y de La Rábida siendo, como explica en el folleto de la ruta firmado por el especialista en la Exposición Iberoamericana Juan José Cabrero Nieves, «un auténtico y espléndido muestrario artesanal desde el hierro forjado hasta las roscas de ladrillo visto y adovelado, llegando a niveles de virtuosismo sin igual». Y en el centro del patio, rodeado por naranjos y plantas y por la fuente de azulejos que preside, un pato de cerámica se imagina que es el surtidor de una pila hoy sin agua. Otro ejemplo de melancolía.

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