Se acercaban los fastos del famoso 92 y toda la ciudad se acicalaba para encarar su última ilusión compartida. La plaza de la Real Maestranza no permanecía ajena a esa ebullición, a ese afán rehabilitador para adaptarse a la previsible avalancha de visitantes que iba a llegar a la ciudad.
Luis Manuel Halcón de la Lastra, conde de Peñaflor, era entonces el teniente del Real Cuerpo y el abanderado de un ambicioso proyecto de reforma, firmado por el prestigioso arquitecto Aurelio Gómez de Terreros, que pretendía la ampliación de las localidades de barrera a costa de una ligera reducción del inmenso ruedo del viejo coso del Baratillo. Es público y notorio que aquel proyecto acabó siendo archivado después de prender un encendida polémica que tuvo notorias consecuencias en las más prestigiosas columnas de opinión, provocando el cambio de cabecera de un prestigioso escritor que sólo algunos lustros después pudo volver a su casa de siempre, la de las tres letras.
Hace sólo una semana, Alfonso Guajardo-Fajardo y Alarcón refrendaba por dos años más una tenencia cuajada de proyectos patrimoniales y realizaciones que ha tenido tres fachadas principales de cara al Real Coso: el traslado de la enfermería, la reapertura de la antigua Puerta del Despejo y la profunda remodelación de las gradas impares de sombra -ahora denominadas tendidos cubiertos- que tendrán continuidad en los próximos años acometiendo la adaptación en seguridad, comodidad -también en estética- del resto de las gradas maestrantes.
Aunque todas esas intervenciones habían sido realizadas, bajo la dirección del arquitecto José Antonio Carbajal, desde el más exquisito respeto a la identidad histórica y estética de la plaza -que ganará en armonía cuando se concluya la reforma-, no ha podido evitar la sensible reducción de un aforo que descenderá en casi 2.000 localidades, hasta las 10.500.
En esa tesitura, en una reciente entrevista concedida a El Correo, Alfonso Guajardo-Fajardo no ponía objeciones a refrescar ese viejo debate, rescatando de paso el recuerdo de aquel proyecto casi olvidado de principios de los años 90: "Ese debate no es que esté cerrado. Ese debate es necesario y si está abierto tenemos que airearlo por una simple razón: la plaza de toros no puede quedarse en 10.500 localidades. Sevilla no se puede permitir ese lujo".
Sin demasiados preámbulos, Guajardo-Fajardo afirmaba que la plaza "necesita una ampliación", aludiendo a aquel frustrado proyecto de principios de los noventa que vuelve a tomar actualidad: "¿Cómo se puede ampliar la plaza? Pues ampliando el número de las filas de barrera. Al fin y al cabo son las localidades que el público más reclama. Es algo que es necesario".
En cualquier caso, el teniente recalcaba que cualquier reforma del emblemático monumento tenía que contar con la unanimidad interior, la de la propia corporación maestrante, y el consenso de los estamentos de la ciudad comprometidos en la conservación del Patrimonio: "Otra cosa es que haya unanimidad y en esta casa la unanimidad prima sobre otras necesidades pero en teoría creo que es necesario, haciéndolo bien hecho, como siempre se han hecho las cosas en esta casa".
El magnífico resultado de todas las intervenciones realizadas en los primeros cuatro años de la tenencia de Guajardo-Farardo -algunos ni siquiera se han dado cuenta de algunas de las reformas- es el mejor aval del equipo del renovado teniente que ya ha repetido en varias ocasiones que "la plaza no es intocable". Eso sí, advierte el caballero maestrante, "se puede tocar siempre y cuando se mantenga su armonía", recalcando que "la mejor obra que se puede hacer en la plaza es la que nadie se da cuenta. Otra cosa sería poner asientos de plástico o butaquitas, eso no sería posible".