El anuncio del Gobierno de España de que enviará más soldados a la misión de la OTAN en Afganistán tiene dos lecturas distintas. Una de fondo, sobre la propia esencia de las labores de los soldados españoles en este territorio, y otra de forma, o para ser más precisos, de comunicación, del modo en el que se informa a los ciudadanos de asuntos de tanta trascendencia. En lo relativo a la primera de las cuestiones, parece de puro sentido común que España amplíe sus efectivos en Afganistán. Desde hace meses, y como condición previa al incremento de su contribución, el Ejecutivo de Zapatero reclama a la Administración estadounidense un cambio de estrategia cimentado en dos pilares: el acercamiento al sector más moderado de los talibanes y el traslado progresivo a los afganos de la responsabilidad sobre su propia seguridad. Pues bien, Obama ha anunciado ya ese giro estratégico de los Estados Unidos. EEUU abandona el unilateralismo y se aviene al establecimiento de los canales de diálogo en Afganistán y Pakistán que se le demandaban desde casi todas las cancillerías europeas. Washington ha movido pieza, y ahora le toca hacerlo al resto de aliados de la OTAN, entre ellos una España que necesita además hacer gestos que mitiguen el daño de imagen causado por la mala gestión informativa de la retirada de Kosovo. Una gestión que, por cierto, pareció repetirse ayer durante parte de la jornada como consecuencia de los mensajes contradictorios lanzados desde el Gobierno. El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, anunció por la mañana la ampliación del número de tropas en Afganistán, y luego la vicepresidenta De la Vega rebajó las expectativas de la ampliación -sólo serían doce soldados más- a la par que remitía a la ministra de Defensa, Carme Chacón, para aclarar el número de efectivos. ¿De verdad es tan difícil para algunos ministros ponerse de acuerdo antes de trasladar a la opinión pública un anuncio de esta relevancia?
