Toros

Una feria para la reflexión

El derrumbe definitivo del abono, la incomparecencia de las primeras figuras, las miles de entradas sin vender o la escasez de resultados artísticos han marcado un ciclo taurino que adentra al coso sevillano en sus horas más bajas.

el 13 may 2014 / 00:22 h.

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La gran faena de Antonio Ferrera endulzó el final de una extraña y amarga feria que debe servir para llamar a capítulo a todos sus actores: los presentes –llámese propiedad, empresa y la propia afición en retirada– y esos toreros ausentes que se han apuntado una dudosa victoria que solo sirve para subrayar la derrota de todos los estamentos del toreo en un momento que pedía altura de miras. No hace falta mirar los números y tampoco importa demasiado cómo hayan salido las cuentas. El desgaste de la empresa Pagés, pero sobre todo de sus interlocutores habituales, es más que evidente. Pero más allá de las tribulaciones de Eduardo Canorea y Ramón Valencia hay que anotar un dato fundamental que no es precisamente nuevo: el derrumbamiento de los ingresos por el concepto toros en los apuntes contables de la Real Maestranza. Entre 2007 y 2013 ya había descendido más de un 70 por ciento sin rebeliones ni llamadas al «respeto» aunque, eso sí, la crisis ya había llegado para quedarse conviviendo con esos precios de los añorados días de vino y rosas que son inasumibles hoy en día.Y antes de centrarnos en el hilo de la feria que se fue hay que recalcar un dato fundamental: el empeño de los cinco toreros revelados solo ha conseguido minar su popularidad en el ámbito taurino sevillano y pulverizar la empatía que pretendían encontrar con unas penas y unos llantos que ya quisieran para sí los que pelean por llegar a fin de mes. Son los mismos que se dejaban la carterita para verles –por lo grandes toreros que son, no se olvide– y se han sentido traicionados. Han vaciado la plaza pero la jugada no les ha salido bien; querían condenar a la empresa y solo han reventado una plaza y han echado a su afición. Ya veremos si son capaces de hacerlos volver de nuevo. El tremendo bajón ambiental se hizo patente en las paupérrimas entradas que se registraron la mayor parte de los días de esta demorada Feria de Mayo. / Foto: Efe El tremendo bajón ambiental se hizo patente en las paupérrimas entradas que se registraron la mayor parte de los días de esta demorada Feria de Mayo. / Foto: Efe Volviendo al ardiente ruedo baratillero –el calor ha sido otro enemigo inmisericorde– hay que poner a la cabeza de la excelencia ese trasteo sorprendente de Ferrera, que se enhebró a la perfección con la embestida mexicanizante del cuarto toro del encierro de Victorino Martín. No nos moveremos del cuadro de honor aún: sin orejas y sin premios oficiales hay que destacar el ancho avance de Manuel Escribano, que ha revelado nuevos registros profesionales y se ha revelado como un capotero artista y un muletero de temple excepcional. Tampoco hay que olvidar que Ponce reapareció en Sevilla después de la gravísima cornada de Valencia para cuajar una gran faena en la segunda tarde que tenía contratada. Dentro del capítulo de sorpresas agradables hay que destacar la disposición y la frescura de Esaú Fernández; la ambición y las opciones de futuro del diestro charro Juan del Álamo o el interesante momento que atraviesa Paco Ureña. Pero, sobre todo, hay que subrayar la esperanzadora alternativa de Javier Jiménez, que se reveló como un torero con futuro, capacidad y renovado sentido estético. Sin apearnos de este apartado hay que recordar una templada faena de Nazaré, que sí ha perdido cierta capacidad de conexión con el público. El mexicano Joselito Adame, todo entrega y disposición, justificó su generosa contratación y el gaditano David Galván estrelló sus ilusiones el aciago día de los toros de Daniel Ruiz –que condensó todo el descontento y la decepción que estaba acompañando cada tarde de toros– sufriendo la única cornada grave de toda esta feria mayera. Completamos este listado de alegrías recordando la sincera y entregada faena de David Mora, que dio lo mejor de sí mismo, con el toro más completo y bravo de todo el ciclo, ese Niñito de El Pilar que va a arrasar con todos los premios. Agradaron Padilla y El Fandi –fatal con la muleta– y poco más hay que contar más allá de la entrega sin rendimiento del mexicano Saldívar. En capítulo de decepciones lo encabeza El Cid, inmerso en un larguísimo declive que alcanza su sexto año consecutivo. El diestro de Salteras agotó la paciencia del público sevillano el Domingo de Farolillos, incapaz de acoplarse a la excelencia del quinto victorino. También ha pasado como una sombra –ya es tradición– el francés Sebastián Castella. Fandiño, sin demasiada suerte, tampoco anduvo muy fluido y Luque salvó los muebles sin dejar demasiado recuerdo. El resto pasaron como sombras olvidables.

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