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Una herencia de tinta y papel

Hace una década que Inmaculada Blanco se quedó con el quiosco de Vitoriano. Por sus manos pasa la vida que va de la prensa a los cerreños.

el 18 feb 2014 / 09:38 h.

En el Cerro del Águila la vida no se cuenta por días. Más bien, se explica a través del perfecto matrimonio que forman la historia y las personas. Sí, puede sonar a tópico trasnochado aquello de vincular un barrio con la esencia de sus vecinos, pero cuando la realidad supera a cualquier frase hecha lo mejor es rendirse a lo obvio. En la portada de su periódico de cada mañana los protagonistas son sus gentes, hombres y mujeres de bien que pertenecen a una familia numerosa, sin documento oficial que la reconozca, de la que forman parte toda la hilera de viviendas que van de la calle Canal hasta Su Eminencia, alfa y omega de este barrio. quioscos-inma-blanco-vLa encargada de contarles lo que otros cuentan es Inmaculada Blanco Muñoz, quiosquera oficial de El Cerro. Algo más de una década lleva trabajando en su quiosco de la calle José María de Pereda, justo al lado de la plaza de abastos, siendo mediadora entre las cabeceras que cuentan la información y los ciudadanos que la reciben. Desde primeras horas del día, sus manos se van llenando de una mezcla de papel y tinta, cabeceras de colores que pugnan por predominar en el arco iris informativo, y hasta chicles, caramelos y golosinas que buscan dulcificar las noticias menos agradables de cada jornada. Así de intensos amanecen los días en la vida de cualquier quiosquero. A las 7 de cada mañana suena el despertador de su quiosco. Puntual a la cita, Inmaculada abre las puertas de su punto de información. Yes que además de periódicos y revistas ella no duda en guiar a todo el que llega al barrio buscando un poco de ayuda. Indicaciones al margen, lo suyo es la venta de diarios. Un asunto en el que entra en juego su principal especialidad: el trato cercano con la gente que le rodea. Quizás por haber estado casi toda su vida tratando con las personas, y por su anterior dedicación al arte de la peluquería, Inmaculada puede presumir de saberse al dedillo las preferencias de cada uno de sus clientes. Nada más verlos aparecer por la esquina de la calle, y casi como un resorte incontrolable, pronuncia el nombre y el diario que cada día se llevan a casa bajo el brazo. Manuel, Antonia, José, María, Miguel... nombres que han perdido sus apellidos y que como tales sólo tienen el título de su periódico de cabecera. Y para hacer eso hay que tener buena memoria y sobre todo mucho arte. En poco más de una década, Inmaculada ha conseguido ser parte fundamental de la vida de los cerreños. «Eso al menos es lo que intento:formar parte del día a día de todos los vecinos», asegura. Por eso no duda en pasar en su quiosco todas las horas que sean necesarias para que todo el mundo quede satisfecho. «Cuando llega el verano y una tiene ganas de cogerse una semanita de vacaciones, porque más tiempo no se puede, no cierro». Eso es algo que tiene claro porque para ella es tan importante vender periódicos como tratar a sus vecinos como se merecen. «Si cierro, los clientes pueden pensar, ¿y ahora dónde vamos?», explica convencida. Por eso, «por lealtad y fidelidad», procura «cerrar lo menos posible o encontrar una persona de confianza para que los clientes no tengan que ir a cualquier otro sitio». Lo que Inmaculada llama lealtad hacia todos sus clientes no es algo casual. Yes que habitualmente pasan cosas que, sin tener el sustento de una explicación racional, dan sentido a las emociones de cada día. Cuando ella cogió el traspaso de este negocio hace más de diez años, no sólo se quedaba con un puesto de prensa sino que heredaba el quiosco de Vitoriano. Y en El Cerro, hablar de él es hacerlo de una parte de su historia. Junto a su mujer regentaba un puestecillo, por aquellos años de madera, en el que además de prensa se vendían almendras garrapiñadas y hasta unos pasteles de fama incalculable. Fueron 60 años de anécdotas, buenos momentos y también desencuentros, que junto a Inmaculada recuerda Carmen «la del quiosco», como la conoce todo el mundo, hija de los anteriores dueños. «Es muy bonito ser quiosquero de un barrio porque conoces y hablas con todo el mundo», recuerda. Ahora que Inmaculada se encarga de mantener esta herencia, que más que de sangre es de tinta y papel, Carmen recuerda con ojos vidriosos unos años de su vida que fueron muy felices, en los que sus padres le pagaron «muy buenos colegios», con la satisfacción de que lo que fue la vida de sus mayores es ahora un negocio que mantiene la esencia en manos de su actual propietaria. Como ésta son la mayoría de las historias que surgen cada día en las calles de El Cerro. Hay ambiente de familia cuando Inmaculada acude cada mañana al bar Los Pilares a tomar «el primer cafelito». Y junto a ella, bajo su brazo, un periódico que va contando cosas desde su quiosco hasta la barra del bar. Páginas de vida que pasan, también por la mercería de Margari, la única que sobrevive en todo el barrio. Allí, entre botones, cintas y bobinas de hilo, se sucede un buenos días con una siempre atenta pregunta para saber cómo está el resto de la familia. Pasa, como las secciones de un diario, con historias que cambian cada día y que Inmaculada, quiosquera de una década de El Cerro, no sólo cuenta sino que también vive como una de sus protagonistas. La otra Inmaculada, a la que su yaya Gloria llamaba Conchi cuando la llevaba en Vespa a la Pañoleta, es también cerreña de toda la vida. Nacida en el número 12 de la calle Cristóbal Ramos, para más señas. Entre esa niña, criada en una habitación de una casa de vecinos, y la mujer y la madre que es ahora, ya han pasado varios años. Hay cosas que en su diario, de venta exclusiva junto al mercado, han cambiado. Otras, como la devoción a la Virgen de los Dolores, «una vecina más del barrio», permanece inalterable a los achaques de cada día. «Soy afortunada por lo que he vivido», qué mejor titular para el periódico de su vida. Vea el programa sobre El Quiosquero de tu barrio en El Correo TV.

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