Local

Una iglesia de madera y chapa

La Iglesia Evangélica tiene sede en una chabola del Vacie con aire acondiciona

el 06 jul 2010 / 17:37 h.

Un rótulo sobre la puerta desvela la existencia de una iglesia en el poblado chabolista.
Por fuera sería una chabola más salvo por el rótulo de azulejo que reza pomposamente: Iglesia Evangélica de Filadelfia. Sólo los dos aparatos de aire acondicionado de la fachada permiten adivinar un interior más confortable que el de otras chabolas del poblado del Vacie, el asentamiento que descansa junto a la pared del cementerio de Sevilla desde principios de siglo. Por dentro, esta construcción de madera y chapa que convoca a la oración y al culto cinco tardes por semana es más una iglesia que una chabola: tiene losas de cerámica crema y salmón en el suelo, paredes naranja pastel con un friso de madera a media altura, falso techo de escayola con plafones, diez filas de sillas de madera idénticas, cuadros en las paredes, aire acondicionado y ventiladores. No hay representaciones de Dios, de Jesús ni de ningún santo, porque los evangélicos no veneran imágenes. El altar lo preside una enorme cruz, que comparte protagonismo con una batería, un órgano Yamaha, una guitarra y dos grandes bafles. Gracias a ellos, la predicación del pastor y los coros de aires flamencos que cantan y bailan los vecinos durante todo el culto resuenan con una potencia atronadora a muchos metros de distancia.

 

"Pero esto no es la Iglesia, la Iglesia somos nosotros", dice muy serio uno de los feligreses que ayudaron a construirla. Cada día, medio centenar de gitanos del Vacie se reúne para celebrar un culto que es una interminable retahíla de cantos, alabanzas, predicaciones, poesías y bailes de todo tipo. La evangélica es la religión más común entre los gitanos y está muy asentada tanto en El Vacie como en el Polígono Sur.

El culto es, si cabe, más inesperado aún que la iglesia que esconde la chabola. Transforma a vecinos que poco antes soportaban el calor tranquilamente sentados a las puertas de sus infraviviendas: al ritmo de los coros y los instrumentos musicales, que resuenan a todo volumen, levantan los brazos, bailan, corean, aplauden y dan palmas al compás de canciones en las que hablan de las cosas que ocurren en El Vacie. Replican "amén, aleluya" a cada frase del pastor, a cada alabanza. Hombres y mujeres cierran los ojos y se balancean, concentrados en el rezo y en la música. Las letras hablan de vida y de salvación y el pastor apunta: "Vamos a tener un culto de mucha gloria y mucha bendición". Hoy arrastra una faringitis que le impide predicar, así que cede el turno a un joven que advierte a los fieles de los peligros del demonio.

Los niños bailan en el pasillo central, que separa las bancadas en las que se sientan los hombres de las de las mujeres, todos arreglados con especial cuidado para acudir a la cita. Una cría de 20 días, vestida sólo con el pañal, se agita incómoda porque el aire acondicionado no da abasto en un templo tan concurrido. El calor es sofocante en la iglesia, y aumenta a medida que los que han acudido a la celebración bailan y bailan.

"Es un barrio duro, pero hacemos lo que podemos, con la ayuda de Dios", dice Antonio Requelo, un pastor joven que se hizo cargo del Vacie hace sólo cinco meses. Asegura que los creyentes del poblado chabolista que acuden a su iglesia "son muy fieles, siempre acuden los mismos, aunque a veces viene también alguna gente nueva". Los hay que siguen acudiendo a la iglesia del Vacie a pesar de haber sido realojados en otros barrios, a veces muy alejados.

El pastor afirma que la Iglesia Evangélica promueve la participación en las clases de alfabetización para jóvenes y adultos que se imparten en este asentamiento, en el que malvive un millar de personas. Insiste en que "como pastor, como amigo y como gitano" se siente implicado en los problemas de estas familias, para las que el Ayuntamiento reactivó en 2008 el plan integral con el que pretende elevar las habilidades sociales de sus vecinos lo suficiente como para poder realojarlos en viviendas normalizadas; y también introducirlos en la senda de la formación y el empleo para que puedan sostener por sí mismos esa nueva vida.

El cambio se va notando, no sólo en los enormes maceteros de hormigón que el Ayuntamiento está colocando en los solares que se quedan vacíos al realojar a sus ocupantes y derribar sus chabolas, para evitar que nadie vuelva a edificar en el suelo ya desalojado. También se aprecia en lo limpísimos, peinados y bien vestidos que acuden al culto los críos.

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