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Cultura

Una joya en medio del protocolo

Teatro Central. 8 de agosto. Programa: Concierto de cámara para piano, violín y trece instrumentos de viento, Alban Berg (1885-1935). Intérpretes: M. Barenboim, violín. K. Said, piano. West-Eastern Divan. Daniel Barenboim, director.

el 09 ago 2013 / 10:47 h.

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Concierto del Diván en el Teatro Central. Foto: J.M. Espino Concierto del Diván en el Teatro Central. Foto: J.M. Espino La Orquesta del Taller del Diván (West-Eastern Divan) habitúa a hacer siempre programas más interesantes y comprometidos fuera que en casa, donde les acogen y les pagan (no un ente abstracto, usted, lector, vamos, la Junta de Andalucía). Pero hasta la fecha la pericia o el arrojo programativo de su mentor, Daniel Barenboim, no va más allá de juntar un Mozart con un Beethoven. Algo de esta inercia vino ayer a reparar la interpretación del Concierto de cámara de Alban Berg, una obra a la que contemplan 90 años, pero cuyo nivel de exigencia estética continúa siendo considerablemente elevado, erigiéndose en una de las creaciones más crípticas de todas cuantas alumbraron los compositores ligados a la Segunda Escuela de Viena. La ejecución de la obra vino envuelta en un acto protocolario (la cola para la recogida de invitaciones daba la medida del carácter social del evento) en memoria del valioso pensador Edward Said, sustento ideológico de la Fundación Barenboim-Said, cuya figura fue glosada a través de un vídeo y una conclusiva y anticlimática conversación (¡después de Berg!) en la que, un tanto osadamente, se llegó a comparar el calado de su obra con la de Chomsky o Camus. Solo media hora de música pues, pero ¡qué música! Barenboim es un profundo conocedor de una partitura que ha tocado y estudiado junto con el maestro Pierre Boulez, máxima autoridad en este repertorio. Hereda de él una prodigiosa claridad expositiva, advertible en cada diálogo instrumental, en cada dúo o trío que se forma en esta caudalosa, por momento inabordable composición. El pianista Karim Said, que afrontó con impresionante pericia el primer movimiento, quedó un tanto ahogado en el Rondo, por contra, su compañero, el violinista Michael Barenboim lució un sonido muy en estilo, pastoso y lánguido. Los juveniles miembros del Diván realizaron una versión que no está al alcance de otros conjuntos análogos, paladeada y más sutil que hiriente, sorprendentemente poco dramática -pese a estar Barenboim en el podio- y de una flexibilidad instrumental intensamente comunicativa. De algo tienen que servir todos los euros invertidos acá y restados allá (en la Sinfónica de Sevilla, en el Teatro de la Maestranza, en la Orquesta Barroca, en la programación de este mismo Teatro Central, etc, etc...). Bueno. -->-->

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