Como se sabe y como se intuía desde muy temprano, nada de lo narrado sucedió. Son todas imágenes de años anteriores, de estaciones pletóricas que el afortunado guarda para sí. Porque ayer, la imponente fachada de la Parroquia de Santa Cruz, cerrada a cal y canto, no permitía otro vaticinio mayor que el que rezaba que la cofradía no iba a salir.
A media mañana, cuando todavía restaban bastantes horas antes de su salida, el hermano mayor, Miguel Genebat, hacía gala de una prudencia que rayaba en el no anticipado de la cofradía a jugársela al aire libre. Conforme avanzaba la tarde todo parecía prepararse en el interior del templo, en lugar de para una estación de penitencia pública, para una oración íntima entre hermanos ante los titulares.
La última de la jornada se convirtió también en el último silencio del día. Sevilla se quedó sin escuchar a la Banda del Maestro Tejera tras la Virgen de la Antigua. Fue otra pérdida, una más de las muchas que conlleva el que Santa Cruz no se ponga en la calle un Martes Santo.
El crujir de la puerta no desveló misterio alguno. Ninguna cruz de guía aguardaba tras ella. Al fondo, las imágenes de la hermandad sobre sus respectivos pasos. A tono con el estilo de la cofradía, el público entró en silencio, entre la introspección y la circunspección. A la vez, salía una hilera de nazarenos negros que pisaban el suelo mojado y buscaban su casa por el camino más corto y sin hablar con nadie.