Hace ya casi dos meses que el equipo nervionense no se echa una victoria a la boca, ha sumado sólo dos puntos en los últimos seis partidos y ya hay que mirar más abajo de la mitad de la tabla para encontrar su nombre.
Los de Marcelino son undécimos, y da hasta escalofríos verlos tan abajo y a apenas seis puntos de un descenso que marca el Villarreal. Los amarillos tienen la ocasión el próximo domingo de volver a amargar otro fin de semana a una hinchada que sí, Sergio Sánchez, es quizás demasiado crítica con su equipo, pero tampoco se merece vivir esperpentos como el perpetrado por sus jugadores en La Rosaleda.
Apenas habían pasado ocho minutos desde que el pésimo Muñiz Fernández decretara el inicio del encuentro y la catástrofe se veía venir. Los rojos no habían pisado con el balón controlado el campo del Málaga y ya habían visto como Rondón remataba al palo, Cazorla obligaba a Varas a hacer una gran parada a tiro de falta y por último Weligton, libre de marca, ponía a los suyos por delante.
Un oasis en el desierto fue la genialidad de Negredo, que permitió a Luna resarcirse de su error en el derbi -el de verdad-, pero como el Sevilla parece empeñado en ser mediocre presentó su candidatura al concurso del gol más ridículo jamás contado. Total, 2-1 y setenta minutos por delante para desesperarse.
El sevillista que ayer vio a su equipo por televisión -y no digamos del que se desplazó a la Costa del Sol- tuvo que retrotraerse a muchos años atrás para volver a saborear una actuación de su equipo como ésta. Mención especial merece el sainete defensivo, con Spahic a la cabeza. El bosnio cada día está peor y encima arrastra a sus compañeros hacia el pozo del ridículo.
Quizás, Del Nido y compañía deberían sincronizar sus relojes y lanzarse al mercado para intentar reconstruir una defensa cuyos cimientos se han hundido en el fango de la mediocridad. Aún quedan 48 horas. Todo un mundo.