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Una nueva restauración

El último trabajo corrió a cargo de los hermanos cruz solís, que limpiaron la imagen, muy oscurecida.

el 20 jun 2010 / 21:55 h.

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Julio de 2006. Ésa fue la fecha de la última restauración de la talla del Señor del Gran Poder a cargo de los hermanos Cruz Solís. El estado de la talla había obligado a esta actuación: un alarmante oscurecimiento de las manos, los pies, el cuello y sobre todo la cabeza, que además del famoso antifaz negro presentaba un enorme deterioro de su parte derecha y en las zonas más profundas, que se extendía a los hombros de la escultura; pequeños cráteres que estaban carcomiendo la policromía... Tras los trabajos de los hermanos Cruz Solís ese verano la imagen regresó a la basílica. De esto hace apenas cuatro años y ahora, tras la agresión de ayer, el Señor de Sevilla tendrá que ser restaurado de nuevo.

La última restauración fue ambiciosa. Los restauradores sustituyeron las espinas de hierro -que realizaban un efecto nocivo sobre la corona- por otras de madera, similares a las originales que pudo tener la imagen. Algunas de las espinas de hierro habían sido colocadas sin ningún criterio y se hincaban en el pelo o la frente de la imagen.

Las tareas de limpieza, que se realizaron a punta de bisturí y estuvieron precedidas de la imprescindible fijación de los estratos, arrojaron resultados sorprendentes. En las zonas limpiadas se respetó la especial idiosincrasia de la imagen y se eliminó lo que la enmascaraba.

Y es que la suciedad alcanzaba más de un milímetro de espesor debajo de los ojos. La cabeza había sido seccionada infinidad de veces, complicando las operaciones de restauración en la zona del cuello.

Los restauradores sellaron con estopa y colas -de la misma forma que ya se hacía en el siglo XVI con las tablas flamencas- la grieta que surcaba el rostro en su mitad y descarnaba la nariz, que fue reestucada y reintegrada siguiendo un criterio de identificación con el tono cromático que el tiempo había dado al resto de la encarnadura.

La limpieza de la imagen también permitió hallar el labio superior y diferenciar la barba y el pelo de la piel, que recuperaron vida propia y mostraron unas hermosas calidades que revelaron una inédita dulzura en la imagen del Señor.

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