R.V./M.R.R./A.M.G.
Pese a los nervios y la tristeza de ver sus casas impregnadas de tizne, los vecinos no se olvidaron en ningún momento de la labor que ayer hicieron los bomberos. "Han arriesgado sus vidas porque no sabían lo que este hombre había preparado", decía el presidente de la comunidad, Joaquín Baena.
Precisamente, ese fue el mayor problema que tuvieron los bomberos en su actuación, que se prolongó varias horas y que tuvo auténticos momentos de tensión. En un principio, llegaron y rápidamente se hicieron con el control del incendio, "porque es una zona limitada sin salida para el fuego y sin elementos ni espacio ni mobiliario que favorezcan su propagación", explicó a los periodistas el jefe de extinción de incendios, Luis López Mateos.
Sin embargo, se dieron cuenta de que algo extraño ocurría en el edificio cuando se encontraron una bombona en el contador y una garrafa de gasolina, además de otra más en el ascensor. Fue el olor a gas que salía de la vivienda de Rafael Peña lo que les llevó a desalojar a los vecinos del bloque, sin alertar a estos de lo que estaba ocurriendo para que no se asustaran. Un desalojo que fue complicado porque el edificio se quedó sin luz y había que bajar once plantas con algunos ancianos y niños.
Ya en la calle fue necesario ampliar hasta en tres ocasiones el cordón de seguridad, según fuentes de la Delegación de Convivencia y Seguridad, porque el olor a gas era cada vez más intenso. Incluso hubo que cerrar un bar situado frente al edificio por si se producía alguna explosión.
Todo ello mientras los 30 bomberos que se desplazaron hasta el lugar intentaban averiguar si el primero C, de donde salía el olor a gas y situado justo encima del cuarto de contadores, estaba ocupado. El temor era que alguien estuviera al otro lado de la puerta esperando con un mechero para prender fuego y que se produjera una explosión.
Tras casi una hora y un fuerte dispositivo, los bomberos controlaron las tres entradas posibles a la vivienda: una ventana que daba a un patio, la puerta y la terraza (a través del piso de al lado). Al final, accedieron a la vez que encharcaban toda la zona de agua para evitar una posible propagación del fuego. Al abrir, la sorpresa fue mayúscula, pues encontraron seis bombonas abiertas desprendiendo gas, varias garrafas de cinco litros con gasolina y botellas llenas de disolvente. Rafael había repartido 60 litros de gasolina por todo el bloque: una garrafa en el ascensor y varias en los rellanos hasta la sexta planta.
De no haber sido por la rápida intervención de los bomberos, que pudieron encontrarse con una explosión durante su tarea, las bombonas del primer piso junto con los gases de la gasolina se hubieran recalentado con el incendio de la sala de los contadores, lo que hubiera causado una deflagración, que habría provocado importantes daños materiales y personales.
Los bomberos volvieron de nuevo al edificio sobre las 13.00 horas, una vez que la Policía Científica había terminado de recabar pruebas, para derribar el techo de escayola de la entrada del bloque, que estaba muy dañado, así como todos los elementos que pudieran caer y provocar daños a los vecinos, que recogieron sus pertenencias.