Al salir por las puertas del ascensor el color azul ya envuelve a todo aquel que entra. Aquí se respira un aire especial y diferente al resto de plantas. Un lugar donde la inocencia y la esperanza nunca se pierde. No, no es el país de Nunca Jamás. Es el área de pediatría del hospital Virgen Macarena . Cualquier niño, y no tan niño, sentiría pavor al escuchar la palabra hospital, pero para muchos puede llegar a ser sinónimo de diversión y cariño, mucho cariño. Al menos ese es uno de los objetivos que se plantean cada día todos aquellos que trabajan entre sus paredes.
En el ala A de esta planta se puede entrar sin miedo. El arcoíris de colores que se muestra invita a hacerlo. Y, si se quiere, se puede viajar hasta el fondo del mar, con los simpáticos peces payaso, o con grandes conchas como mesa para dibujar. Es la fotografía de la nueva sala de espera del área de oncología infantil del Macarena, inaugurada el pasado 5 de agosto. Un paso más en la ardua tarea de conseguir para los pacientes más pequeños un ambiente agradable en el que estar. "Lo que pretendemos es humanizar el espacio, hacerlo más agradable. La atención al niño requiere mucho cariño, no sólo atención médica", explica el doctor Martín Navarro, director de la unidad clínica de gestión del hospital de Día del Virgen Macarena. Las palabras no paran de brotarle contando los colores, cuadros y pegatinas que se reparten por la sexta planta, el segundo hogar de algunos niños, que, "aunque no es un lugar natural para ellos, se intenta hacer la estancia más confortable".
Tener que ir a un hospital nunca es plato de buen gusto, y menos para un niño. Sin embargo, desde el área pediátrica del Macarena intentan que cada día sea diferente y divertido. Entre las burbujas, algas y peces que lucen en las paredes de esta nueva sala de espera, Mar y Sara Mar (unos nombres muy acordes con el lugar) pasan el tiempo hasta la tarde. Mar Oliva, de 41 años, es la madre de Sara Mar, de 12. Cada semana acude al hospital de día para su sesión de quimioterapia. Normalmente sólo pasan la mañana, pero en esta ocasión la sesión se alargará hasta la tarde. "Hoy hay poca gente y estamos aburridillas", comenta Mar.
Sara tiene un mioma en el nervio óptico y conoce los hospitales desde que era un bebé. Son muchas las horas que pasa con su madre aquí y ésta agradece la apertura de esta nueva sala. "Todos los padres coincidíamos en lo mismo: que ya hacía falta un cambio de estos", cuenta. De los sillones del pasillo, ahora pasan a una habitación con pinta de todo menos de sala de espera. Allí, los pequeños y sus padres comparten el tiempo con puzzles, dibujos o videoconsolas que hay instaladas. El doctor Martín Navarro cree sin fisuras en el beneficio de espacios como estos en la calidad de vida de los pequeños pacientes. "Contribuye de una forma impresionante e incluso mitiga un poco su dolor. Si consigues distraerles, les apartas un poco de su enfermedad".
Los que andaban algo despistados eran Cristina Montero y su hijo, José Manuel, de 4 años. Hoy es la primera vez que pisan la nueva sala de oncología. Aunque el pequeño había estado entretenido en la sala de tratamiento con puzzles de los 101 Dálmatas, él y su madre se han animado a entrar en este fondo del mar en plena superficie. A José Manuel le acompaña su gotero con un tratamiento de inmunoglobulina para tratar su inmunodeficiencia. Cada 28 días acude desde Paradas al Macarena junto a sus padres. "Echamos la mañana, después nos vamos al McDonald y él se lo pasa muy bien", afirma la madre mirándole con ternura.
Más allá de las dibujos o de las tonalidades de las paredes, Cristina destaca el trabajo del equipo humano de pediatría. "Por muchos colorines que tú le pongas a una habitación, si las personas no te tratan como tal... Aquí estoy muy contenta con todo el equipo", añade. Ella lo sabe de primera mano ya que su primo trabaja como voluntario por las tardes en el hospital. "Cuenta maravillas del trabajo que hacen aquí y me entran hasta ganas de venir con el niño", explica. Sara, la hija de Mar, se lo pasó pipa cuando hicieron una fiesta de disfraces. "Sólo con bolsas de basura nos hicieron disfraces de piratas", cuenta recordando con ilusión el día.
Una planta más abajo, en la quinta, es el punto de reunión para muchos de estos juegos y fiestas que organizan los voluntarios para grandes y pequeños. Allí se encuentra el ciberaula y el aula escolar, para que no pierdan el hábito de ir al colegio. Estas actividades se enmarcan en el programa Diver, en el que se desarrollan diferentes talleres con cuenta-cuentos, música, idiomas e informática. Además, se imparten charlas informativas para los padres de los pequeños sobre alimentación infantil, seguridad en el hogar o prevención de enfermedades infantiles.
Del fondo del mar del área de oncología se puede viajar directamente al centro de la selva. En el ala izquierda de pediatría, las puertas de la unidad de cuidados intensivos infantil se abren literalmente cual Libro de la selva. Los tonos se vuelven dorados y aparecen palmeras y monos por las paredes. Al final del pasillo, frente a los boxes de la UCI infantil, los pacientes disfrutan del mismo corazón de la selva frente a sus ojos gracias a un gigantesco mural creado de forma altruista por seis pintores sevillanos. El Mowgli del Macarena tiene un rostro real, el de uno de los enfermos que estaba hospitalizado cuando se realizó el mural, inaugurado en abril.
Con el mural selvático se completaron los trabajos de remodelación de la UCI, que contaron con un presupuesto de 134.131 euros. Se pintaron habitaciones inspiradas en la literatura infantil y se renovó el mobiliario, creando un espacio más acogedor. La sala de urgencias, que recibe más de 100 atenciones diarias, también fue renovada y pintada como un verdadero escenario del oeste.
Más cuentos se esparcen por la unidad de neumología infantil, donde la doctora Guadalupe Pérez espera a los peques con eso que tanto terror les provoca: una aguja. Aquí atienden a los niños prematuros y con problemas respiratorios como asma o neumonía, pero los juguetes no faltan. Un llanto se escucha. Se ve que ha habido un pinchazo que no ha gustado un pelo. Al pasar a la sala de espera, los juegos y un zumito calman la llorera. Es uno de los pequeños milagros que cada día se ven en esta particular planta, donde la sonrisa de ellos es el mejor final de cuento.