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Una sociedad secreta

En los folletos de papel reciclado, junto a los linces ibéricos, otra especie en extinción: el librero. El buen librero; no quien se parapeta tras la caja registradora e intercambia billete por best seller...

el 16 sep 2009 / 06:08 h.

En los folletos de papel reciclado, junto a los linces ibéricos, otra especie en extinción: el librero. El buen librero; no quien se parapeta tras la caja registradora e intercambia billete por best seller, sino quien acepta un título consciente de que interesará a Menganito, y quien aconseja a Fulanito sobre la obra que le acompañará en un viaje, y Fulanito se fía porque avalan las conversaciones. El buen librero, el que cree que el mejor escaparate se llama fondo digno, que la mesa de novedades se compone de libros siempre frescos, sin importar la fecha de publicación; ese buen librero se extingue, se limita a unos pocos establecimientos raros, un mapa con el que los lectores traficamos igual que los documentos secretísimos de una sociedad ídem.

Pienso, por ejemplo, en mi librera en Madrid, igual que un médico de cabecera: Susana, en Hiperión, que permite al lector deambular con calma entre estanterías, de poesía a narrativa, el tiempo que sea necesario, y recomienda con la seriedad ?y, al mismo tiempo, la confianza? con la que se expide la receta de un medicamento, leer para sanar. O en las librerías que visito cuando ?a la vez? visito Zaragoza, más que El Pilar, más que cualquier taberna: Cálamo que para mí es David, Antígona que se llama también Pepito, Julia y su maravilloso ejercicio de horror vacui libresco, joya sobre joya, libros de cualquier año que esperan a un lector determinado.

Y pienso en mis libreros de Córdoba, en los libreros a quienes yo acudía en mi adolescencia, que me permitían pasear durante horas entre baldas, hojear ahora este volumen, más tarde el de allá; la Librería Luque, dos plantas ?abajo clásicos, arriba novedades? cuyos tesoros forraron las paredes de mi dormitorio. En Luque no miraban el currículum del editor, atendían por igual a grandes, medianos, pequeños y autoeditados, mimaban los productos de la tierra, trabajan para el lector. Después de noventa años, Luque cierra: buenos libreros, las buenas librerías, en peligro de extinción.

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