Cofradías

Valor y coraje en el Tiro de Línea ante un cielo encapotado

Las nubes iban y venían pero la fiesta se vivía desde bien temprano en cada casa, en cada familia, en cada rincón de un barrio que llevaba un año esperando ver a su Cautivo en la calle.

el 14 abr 2014 / 21:59 h.

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El cielo pintaba mal. Las nubes iban y venían por esta zona sur de la ciudad, pero la fiesta se vivía desde bien temprano en cada casa, en cada familia, en cada rincón de un barrio que llevaba un año esperando ver a su Cautivo en la calle. Hasta Antoñito, un viejo vecino de la parroquia de Santa Genoveva, había dejado por unas horas su retiro en una residencia para asistir a la salida de la hermandad. «No concibo un Lunes Santo lejos de aquí. Esto es lo que me da vida», reconocía mientras se abrían las puertas del templo con cierta premura. Lo hacían diez minutos antes del horario previsto (12.20 horas). El riesgo de lluvia era mínimo (20%) e iba bajando conforme avanzaba el día, pero había que ganarle el pulso a esas amenazantes nubes que hacían dudar de un Lunes pleno. El Cautivo de Santa Genoveva a punto salir de su templo. Foto: Pepo Herrera El Cautivo de Santa Genoveva a punto salir de su templo. Foto: Pepo Herrera El acelerado arranque pilló por sorpresa a la banda de música que abría el cortejo en la cruz de guía. Los músicos de la formación de los Desamparados tuvieron que incorporarse minutos después a la altura de la calle Almirante Topete, convertida ya en la primera Carrera Oficial en la que los residentes fueron tomando las aceras con las sillas de sus casas. En uno de estos palcos privilegiados estaba María, una de las muchas madres del Tiro de Línea que tiene en el Cautivo a su mejor confidente: «No tendré vida para darle gracias. Me ha hecho una cosa muy grande. Uno de mis hijos se puso malito y me lo ha cuidado el Cautivo», confesaba esta sevillana de 76 años que aguardaba el momento de ver salir al Señor para colocarse en la trasera del paso. A las órdenes de los hermanos Villanueva, el Señor Cautivo asomaba a la puerta no sin antes salvar con dificultad la altura de la puerta. Bajo las trabajaderas iba Fernando Aguado, joven imaginero que hace unos meses había restaurado la talla de José Paz Vélez. Los primeros metros por la calle Romero de Torres fueron apoteósicos. El Cautivo emocionó a todos, más aun cuando Javier Arranz le dedicó una saeta desde uno de los balcones de la casa de hermandad. La letra era el mejor resumen de lo que se vivía en aquel momento: «No sé que me has dado Rey mío/ que no lo puedo remediar/ que cuando veo tu cara/ yo me harto de llorar». Chispeó levemente pero no hubo ninguna duda. La cofradía seguía ganado terreno y adentrándose en el barrio para buscar el Centro en sus más de doce horas de estación. Una «bendita locura» que bautizara el hermano Eduardo Bonilla en un reciente artículo publicado en el boletín de la corporación: «En los primeros años que salimos, se nos tomó por locos y eso que la distancia sigue siendo la misma. Pero bendita locura y admirable la pelea gorda de los hermanos que realizan estación». El colofón de la mañana lo ponía el palio de las Mercedes, cuya presencia en la calle despejaba ya cualquier tipo de dudas sobre riesgo de lluvia. Mandó «volar» el paso y literalmente voló. El Lunes Santo parecía salvarse y la Catedral estaba cada vez más cerca.

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