El Pregón de la Semana Santa nació en un Estado confesional que hoy ya no existe y, encarrilado en aquellos cánones, se ha convertido en atavismo. A ese rancio sentido de la vida responde el protocolo de su presidencia donde, a pesar de celebrarse en un teatro copropiedad del municipio y ser -teóricamente- un evento ciudadano, no está presidido por el alcalde sino por la primera autoridad religiosa, figurando entre sus componentes el Jefe de la Fuerza Terrestre del Ejército como si se tratara de un antiguo capitán general con el carácter de virrey que tuvo el cargo en el ancienne regime. Y además ese padrenuestro del principio que, hasta en la otra Maestranza, se expresa cívicamente con un tiempo de silencio.
Los pregoneros son muy dueños de hablar con libertad sobre lo divino y lo humano pero los cargos públicos y funcionarios como los de la administración militar están obligados a ser escrupulosos con la separación entre la Iglesia Católica y el Estado marcada por la Constitución. Poner una vela a Dios y otra al diablo puede ser fructífero para quienes los meten en política pero nunca para aquellos que tienen el deber de sacarlos. Al paso que vamos el pregón puede convertirse en una especie de Pontifical cívico-religioso, digno de figurar en los Anales, de Velázquez y Sánchez, o sea, en las crónicas del siglo XIX tirando más bien hacia su primera mitad.
Antonio Zoido es escritor e historiador