La muestra supondrá el regreso a Sevilla de La educación de la Virgen, tras su atribución a Velázquez después de pasar 80 años olvidado en los sótanos de Yale. Toda obra de arte ofrece, además de belleza, una historia desconocida por el público. La del lienzo que nos ocupa y que protagonizará la próxima gran exposición de la capital hispalense podría arrancar en la antigua calle Limones. Allí, en 1617, un joven humedece el pincel suavemente sobre su paleta. Trata de conseguir ese tono rosado, casi idéntico al real, que le permita colorear las mejillas de la Virgen María niña, protagonista del cuadro que está rematando. Si todo sale bien, ese enorme lienzo que tiene frente a él, plantado en un rincón del obrador en el que se lleva formando como aprendiz desde 1611, se convertirá en su primer trabajo terminado. Ha dedicado meses a esa pintura, pese a que su maestro, Francisco Pacheco, desaprobaba tanto el tema escogido como el artista que le inspiraba. Pero el joven e impetuoso Diego Velázquez ya había tomado la decisión. Desde que contempló por primera vez La educación de la Virgen de Juan de Roelas, supo que quería llevar esa escena a su terreno. Había grabado cada detalle de la composición en su mente, llegando casi a calcar la mesita abierta que aparece en la estampa que le infundió la idea. Pese a su corta edad apenas llegaba a los 18, estaba decidido a demostrar a su mentor que tantas horas de esfuerzo habían merecido la pena, aunque era consciente de que no lo iba a tener fácil. Pacheco no entendía su elección, aunque la respetaba. Para empezar, no compartía la temática. La perfección de la Madre de Dios hacía impensable que alguien tuviera que enseñarle a leer. A su juicio, otra de las vulgaridades que Roelas, ese flamenco establecido en Olivares, gustaba de incluir en las escenas sagradas. Tampoco el estilo era completamente de su agrado. Ese repentino empeño por mantenerse extremadamente fiel a la realidad. Desde luego Velázquez lo había aprendido en su taller, aunque parte del mérito era también de su instructor anterior, Herrera el Viejo, por cuya escuela pasó fugazmente. Este Diego casi adolescente, que dio muestras de su genialidad desde los diez años, no podía imaginarse entonces que tres siglos después, aquel primer lienzo sería expatriado desde Sevilla a EEUU, donde tras un azaroso peregrinaje acabaría olvidado y deslustrado durante 80 años en los sótanos de la Universidad de Yale. Pacheco quizá sonreiría si hubiera conocido en aquellos días del XVII la suerte que iba a correr la obra. Pero la fortuna quiso que 315 años después, un grupo de expertos velazqueños redescubrieran esta joya de la Historia del Arte que, tras una exquisita restauración, prepara estos días las maletas para deshacer aquel desdichado viaje y regresar a la ciudad en la que fue concebida. El joven Velázquez vuelve a casa. El Ayuntamiento hispalense, en colaboración con Yale, está ultimando una gran exposición para este otoño alrededor de esta obra. Un evento que pretende indagar en las inspiraciones e influencias que llevaron al Joven Velázquez título de la muestra a concebir este cuadro, sobre el que, todo hay que decirlo, muchos esperan un pronunciamiento del Museo del Prado que zanje el debate sobre su autoría, puesto que algunas voces autorizadas no la respaldan. Benito Navarrete, director de proyectos del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS), es el responsable de esta iniciativa, en la que se lleva años trabajando. Es más, este profesor de Historia del Arte, que antes de desembarcar en el Consistorio dirigió durante años el centro de la Fundación Focus dedicado a este artista, apoyó la idea de que el cuadro salió de su paleta, argumentando que por la pincelada y el análisis de los pigmentos existían evidentes pruebas de ello. Navarrete ha concebido esta exposición siguiendo el modelo que ya emprendió con las Santas de Zurbarán, apostando tanto por el concepto como por las obras, dándole, sobre todo, un marcado carácter didáctico. El Joven Velázquez, que se desarrollará del 14 de octubre al 15 de enero de 2015, pretende que el público descubra la primera etapa del maestro sevillano, descifrando las claves que esconde La educación de la Virgen. Pero será además una ocasión única para que los expertos puedan estudiar de cerca si la pincelada, el craquelado, la imprimación y la factura del cuadro se acercan o no a la maestría velazqueña. La sede escogida vuelve a ser el antiguo convento de Santa Clara. El lienzo ocupará la sala del Dormitorio Bajo, pero también se utilizará el patio del claustro, el anterrefectorio y el refectorio para recrear la Sevilla del XVII en la que vivió Velázquez, una cosmopolita urbe, convertida en puerta de entrada de las nuevas tendencias artísticas. No en vano, la ciudad aglutinaba el pujante comercio con las Indias y con los mercaderes de Flandes e Italia y era, por aquellos entonces, capital económica y cultural del Imperio Español y destino y punto de origen de viajeros y pintores. Aquí se entrecruzan las aportaciones flamencas con las modas italianas, como podrá descubrir el visitante, dejándose envolver por la atmósfera que rodeaba aquellos florecientes talleres de pintura. También habrá actividades en el Dormitorio Alto del espacio monacal, donde se desarrollará un simposio internacional que abordará la autoría de la obra y la etapa juvenil del maestro sevillano. Aquí se confrontarán las distintas teorías. Desde el planteamiento de Jonathan Brown, una de las máximas autoridades en la materia, que llegó a calificar la obra como «uno de los muchos pastiches que hicieron en Sevilla algunos pintores locales, buscando a aprovechar el arte atractivo de Roelas y el arte novedoso de Velázquez»; hasta la defensa que de su autenticidad hace John Marcieri, el conservador jefe de arte europeo del Museo de Bellas Artes de San Diego y responsable del hallazgo. Tras un detallado análisis del estilo, la técnica y la composición, sostiene que se trata de un verdadero Velázquez, lo que supondría el mayor descubrimiento relacionado con el pintor durante el último siglo. A esta teoría se apuntan otros nombres como Matías Díaz Padrón, Salvador Salort o Navarrete. Incluso algunos sitúan La educación de la Virgen en el retablo mayor del convento carmelita de Santa Ana. Pero, más allá de la discusión teórica, el protagonista de la muestra será sin duda el lienzo que ha dormido durante 80 años en los almacenes de Yale. Una escena que representa a Santa Ana enseñando a la joven Virgen María a leer. El visitante podrá empaparse de la historia, la técnica y la iconografía de esta obra desconocida del pintor del Siglo de Oro. Pero habrá más. El cuadro se exhibirá arropado por dos pinturas relacionadas con el mismo tema, que habrían inspirado a Velázquez en este trabajo. Por supuesto, no faltará La educación de la Virgen de Juan de Roelas (Flandes 1570-Olivares 1625), que ha sido prestada por el Museo de Bellas Artes; y La Sagrada Familia con Santa Ana (1620), de Luis Tristán (Toledo 1586-1644), cedida por el Instituto de Arte de Minneápolis. Precisamente el trabajo de este último artista muestra, al igual que el creador sevillano, el nuevo enfoque naturalista que comenzaba a asomar en la época. Este recorrido por la evolución estilística de la pintura del XVII se acompañará de otra obra de Velázquez, realizada unos años después: Imposición de la casulla de San Ildefonso (1623), lo que permitirá contrastar el progreso de su maestría en esta primera etapa. Esta pieza es de propiedad municipal y actualmente está depositada en el Hospital de los Venerables. La rehabilitación del lienzo de Yale, que ha empleado medios de primera línea tecnológica, será otra parte clave de El Joven Velázquez, cuyo montaje cuenta con un presupuesto de 50.000 euros, sin incluir seguros. Cabe destacar que La educación de la Virgen había sufrido importantes daños, faltando al menos 25 centímetros de su parte superior, y una cantidad indeterminada de los bordes. Estaba afectada por una potente abrasión y la capa de pintura había desaparecido en algunas zonas. La muestra quiere subrayar la importancia de la restauración contemporánea en el conocimiento de la Historia del Arte y sus interpretaciones que, en este caso, permiten apreciar al joven genio en su etapa sevillana. Además de los lienzos, la fotografía desempeñará un papel relevante, detallando el antes y el después de las obras a través de radiografías y reflectografías que facilitarán la comprensión de los procesos de creación y recuperación. En cuanto a su estructura, la exposición se articulará en dos bloques situados en el Dormitorio Bajo. En el primero se situarán los cuatro cuadros, mientras que en el segundo se instalará una gran pantalla que proyectará fotografías de los detalles de las tres obras principales, centrándose tanto en los elementos naturalistas como en el proceso de recuperación. Todo el recorrido estará envuelto en una estética y un cuidado ambiente barroco, que incluirá música de época. Esta muestra vendrá a dar continuidad a la que organizó la Fundación Focus en 2005, titulada De Herrera a Velázquez, que a través de 60 piezas trazaba el camino que va de la pintura de retórica manierista de influencia flamenca a la obra marcada por el naturalismo claroscurista al gusto italiano, que tuvo su origen en Caravaggio y su escuela. Un cambio que se produjo en un periodo de menos de 30 años y que tuvo lugar en la Sevilla del primer cuarto del XVII. Con el propósito de resucitar aquella época en la que se forjó el joven pintor, el Ayuntamiento trazará itinerarios velazqueños por el casco urbano, que se plasmarán en planos, sugerencias socioculturales y recorridos históricos que el público podrá realizar tras su visita, en un completo viaje de ida y vuelta al Siglo de Oro de España y de esta ciudad.