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"¡Así me gustan a mí los debates! ¡Cada uno con su tiempo medido y, mientras tanto, el otro callado!", exclama Juan, el cabeza de familia. "¡Aro, aro!", suscribe José Antonio, su yerno en funciones. Fue lo único que dijo en toda la noche. Pero en casa de los López, silencio iba a haber muy poco de ahí en adelante.

el 15 sep 2009 / 01:02 h.

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"¡Así me gustan a mí los debates! ¡Cada uno con su tiempo medido y, mientras tanto, el otro callado!", exclama Juan, el cabeza de familia. "¡Aro, aro!", suscribe José Antonio, su yerno en funciones. Fue lo único que dijo en toda la noche. Pero en casa de los López, silencio iba a haber muy poco de ahí en adelante.

¿Quién gano anoche el debate, de verdad de la buena? ¿Chaves? ¿Arenas? ¿El Luisma? En casa de la familia López, con siete sentados delante de la tele, el gran vencedor de ese duelo electoralista fue lo que cada cual tuviera ya pensado antes de oír a los políticos y ver sus corbatas estratégicamente elegidas. Ninguno de los allí presentes cambió ni un ápice su forma de pensar, si pensar fuese lo que la propaganda de los partidos espera de su clientela. La sensación era que, salvo en la freiduría de la Puerta de la Carne, el pescado está todo vendido desde hace tiempo. "¡Ahora voy, que estoy preparando unas tapitas!", exclama Ana desde la cocina, donde los tomates no reciben mejor trato por parte del cuchillo que el que le da Juan, su marido, al candidato del PP: "¡Yo de este tío no me creo lo que diga ni aunque me lo jure por Snoopy!" Es su máxima ideológica y la defenderá a muerte durante toda la velada, hasta el infinito y más allá. Trabajo tiene, porque Ángela, una vecina profesora de Primaria, despliega su arsenal igual que Napoleón desplegaba a los tíos de los morriones por el campo de batalla: "¡Este hombre necesita un logopeda!", dice de Chaves, que empieza a ponerse surrealista con las eses, las zetas y otras consonantes combinadas aleatoriamente.

"¡Y la cabeza que tiene el pobre!", apostilla Pepi, otra vecina y amiga de los López. "Físicamente, el Arenas es más guapo." Juanito, el varón, emite entonces el primero de los dos juicios políticos con los que ilustrará la conversación en toda la noche: "¡A la Pepi le gusta el Areeeenas, a la Pepi le gusta el Areeeenas!" El segundo juicio suyo es el siguiente: "Para poner el mismo debate que el otro día nos lo podían haber ahorrado."

Es verdad que todo suena un poco a déjà-vu, a Walter Matthau contra Jack Lemmon. Tanto así que la concurrencia abandona por un momento la poca atención que estaba prestando a los contendientes para improvisar un debate paralelo. "Guapo no he dicho", matiza Pepi, "sólo que tiene menos cabeza que el otro". Y muchos más axiomas de gran calado político, del mismo tenor que los que se comentan en el resto de las casas y con los que el español forja su voto.

La contribución de Irene y Clara, las niñas de la casa, es morderse las uñas. En el caso de Irene, de 18 años, no parece que sea para poder coger mejor el voto. Le importa poco su mayoría de edad, en ese sentido. Para ella, la política es una estúpida bruma de la que a veces sobresalen cabezas de gente incomprensible que se cree muy lista. Pepi lo dice con otras palabras: "Cuando oyes a uno tiene razón y cuando oyes a otro también." Ana, mientras tanto, mantiene esa atractiva ambigüedad fruto de tener un cerebro en propiedad. Es la única persona crítica para consigo misma. Bueno, y para con algún otro: "¡Chiquillo, cállate ya!" Y Juan va y se calla un poco ("Te quiés ir ya", le espeta a Arenas por lo bajini).

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