Era cuestión de valentía aguantar varias horas en la calle Río de la Plata. El sol y especialmente el calor que apretaba desde muy temprano en el barrio del Porvenir hacían del abanico y la botella de agua algo más que un aliado de la espera. Todo tenía un sentido, al fin y al cabo se trataba de aguardar que los blancos nazarenos de la hermandad de la Paz dieran la primera chicotá de una nueva Semana Santa. Motivo más que suficiente para aguantar con gallardía los casi 30 grados que caían a esa hora en Sevilla.
En el interior del templo había abrazos entre nazarenos, lágrimas en otros cuando contemplaban los pasos y satisfacción en los rostros de los más pequeños que, canasto y varita en mano, correteaban por el jardín de la parroquia de San Sebastián en un alarde de inocencia propia del Domingo de Ramos. Era jornada de estreno pero también de ausencias. Esas personas que al llegar al lugar de cada año, a la hora de siempre, no estaban al lado para tomar el cirio mientras el antifaz jugaba a perderse en el anonimato. Casi como una tradición, los primeros nazarenos de la Semana Santa pisaban las calles del Porvenir, 10 minutos antes de la hora prevista, a un ritmo acelerado.
El calor pesaba y todos los minutos que se ganaran al reloj serían buenos para llegar en hora a la Carrera Oficial. Con todo, el sonido de los tres primeros golpes de llamador provocó el silencio en la calle. Mientras el sol buscaba la delantera de la canastilla del Señor de la Victoria, Antonio Santiago llamaba a ese costalero que todos han soñado ser en algún instante. "¡Osuna!, que me gusta escucharte miarma", decía Santiago bajo una emoción difícil de contener.
Sus palabras fueron de recuerdo a su padre, el capataz Manolo Santiago, y a Rafael Ariza, capataz fallecido el pasado mes de octubre.Sin mantolín y con una túnica burdeos que se perdía en una perfecta sincronía con el tono de los claveles y los codales de cera, el Señor de la Victoria volvía a iniciar el rito de otra Semana Santa que nace en el Porvenir. Así, a los sones de la agrupación musical de la Encarnación el paso avanzaba por la calle Río de la Plata en una de esas estampas eternas, en las que se para el tiempo de un eterno Domingo de Ramos.Todo no había hecho más que comenzar. Por la puerta del templo seguían amaneciendo blancos nazarenos que el sol se empeñaba en dorar.
Se respiraban emociones contenidas a la espera ver a la paloma blanca del Porvenir fundir la plata. Con el estandarte apostado bajo el dintel, sonaba de nuevo el martillo. Tres golpes secos que se confundían con la saeta que en el interior de la parroquia mecía al compás a la Virgen. Otra vez el palio en la puerta y con él el desafío a la piedra del capataz para sacar a la Paz por las calles de Sevilla. Hay abrazos que se desbordan cuando Santa Ana entona su marcha. Suena así Virgen de la Paz para la paloma blanca de Sevilla. Entre pétalos que alfombran el techo de palio se marcha la cofradía. Buscan el parque donde vuelven a hacerse niños. Es el orgullo de volver a abrirle las puertas a la Semana Santa.