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Ventura abre la Puerta del Príncipe

El rejoneador de la Puebla del Río admimistró a la perfección los tiempos de una encerrona de tono creciente en la que llegó a cortar cuatro orejas que pudieron ser cinco.

el 14 abr 2013 / 20:53 h.

Se lidiaron seis toros de Fermín Bohórquez, reglamentariamente despuntados y que colaboraron con el jinete en líneas generales. Algunos adolecieron de pocas fuerzas. Diego Ventura, que actuó en solitario, cosechó el siguiente balance: silencio; ovación; oreja; oreja, ovación tras fuerte petición y dos orejas. Abrió la Puerta del Príncipe. La plaza registró más de tres cuartos de entrada, con lleno en Sol, en tarde calurosa y radiante. Diego Ventura ha salido por la Puerta del Príncipe de la Maestranza. / J.M. Paisano (ATESE) Diego Ventura ha salido por la Puerta del Príncipe de la Maestranza. / J.M. Paisano (ATESE) Ventura no falló y logró abrir su enésima Puerta del Príncipe. Lo hizo controlando los tiempos; haciendo lo que quería y cuando quería y mostrándose generoso en todo momento: con su amplísima cuadra e incluso con los sobresalientes, a los que invitó a compartir los primeros tercios de la lidia del cuarto, un toro bisagra que de algún modo cambió el signo de la tarde. Hasta entonces todo había ido transcurriendo con brillantez aunque quizá sin esa excepcionalidad que sella las salidas por la ansiada Puerta del Príncipe. Pero no se puede decir, ni muchísimo menos, que el jinete de la Puebla del Río no saliera a darlo todo desde que templó al primero de la tarde con Chalano, galopando de costado y marcando las claves de lo que iba a ser toda su actuación: temple infinito, una renovada y más reposada puesta en escena y un dominio de todos los terrenos, de todos los embroques, de todas las batidas y hasta la última pirueta que lo han convertido en el último virtuoso del arte ecuestre. Las piruetas en la cara o los quiebros que llevó a cabo con cheque calentaron el ambiente pero el rejón de muerte no funcionó en la lidia de este primero. Tampoco estuvo atinado despenando al segundo, al que despachó de un rejonazo trasero y contrario después de una labor completa y compleja en la que brillaron esas galopadas a dos pistas en las que llegó a recorrer el ruedo por completo. La salida del tercero constituyó el particular homenaje de Diego Ventura al maestro Javier Buendía, tantas y tantas veces a hombros en el festejo matinal del Domingo de Farolillos. El rejoneador recibió al toro a punta de garrocha evocando el aire del campo bravo. La trepidante velocidad del toro, su celo y el exquisito temple de Ventura hicieron el resto. Su faena, cuajada siempre a milímetros de los pitones, vivió su cumbre en un par a dos manos que precedió un rejonazo contundente que ponía en sus manos una valiosa oreja. Cambiaba el signo de la tarde. Una tarde que terminaba de lanzarse con la salida del cuarto, que Ventura, después de calzarse una chaquetillas bordada, supo compartir con los sobresalientes, sus amigos Sergio Domínguez y Andrés Romero, que lo bordaron compartiendo los palos. No terminó de encajar el alarde de poner al caballo Padilla de rodillas. Pero no importó, la lidia se lanzó y Ventura supo meterse a la gente en el bolsillo escenificando otro íntimo homenaje personal al clavar siempre al violín en memoria del recordado rejoneador Ginés Cartagena. Cambió un nuevo rejonazo por una oreja maciza. La cosa se estaba lanzando. Pero Ventura vivió su propia sima después de acabar la lidia del quinto. El presidente Fernández no supo estar a la altura de las circunstancias y negó el trofeo que estaba pidiendo la plaza mayoritariamente. Antes se había mostrado sobrado con Demonio y había cosechado una enorme ovación al hacer reaparecer al mítico caballo Morante, al que no se le ha olvidado lanzar esos controvertidos mordiscos que generan división de opiniones. Tampoco importó demasiado que no cayera esa oreja. Dueño de la situación, Ventura terminó de sentenciar la tarde cuajando de cabo a rabo al sexto, especialmente en esos palos colocados a caballo parado, reculando hacia las tablas que levantaron un auténtico clamor. Las batidas por dentro, la pulverización de los terrenos de montura y toro y la excepcionalidad del caballo Milagro hicieron el resto. Ventura no había fallado y cumplía el objetivo. Con las dos orejas en la mano se lo llevaron por la Puerta del Príncipe.

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