Cultura

Ventura vengó su particular afrenta a Leonardo Hernández

PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis toros de Benítez Cubero y Pallarés, desigualmente presentados. A la mayoría del encierro le faltó bríos aunque los lidiados en tercero y quinto lugar resultaron más temperamentales. El sexto fue un auténtico inválido y se echó durante la lidia.
Rejoneadores: Diego Ventura, oreja, ovación tras petición y dos orejas.
Leonardo Hernández, silencio, ovación tras petición y palmas de despedida.
Incidencias: La plaza registró casi dos tercios de entrada con mejor aforo en Sol que en Sombra. Último festejo de la temporada.

el 12 oct 2010 / 19:16 h.

El séptimo portazo de Ventura hay que entenderlo como el premio global a una tarde de rejoneo de alto nivel aunque patinaría si analizáramos por separado cada una de las faenas.

Y es que la mejor, con diferencia, fue la instrumentada al tercero de la tarde, una inmensa y templada labor que sí merecía de sobra esos dos apéndices que Ventura perdió en la punta del rejón de muerte. Pero antes había mostrado una sobria y magistral madurez toreando a caballo desde que pisó el ruedo, apurando todos los terrenos, dejando llegar a los toros hasta más allá de lo que aconsejaba la razón y citando siempre de poder a poder.

Ésa fue la verdadera cumbre de Ventura, que exprimió todos los resortes de los caballos Revuelo y Distinto hasta romper definitivamente el trasteo en un inmenso par a dos manos. Visiblemente mermado de facultades por la lesión que le obligó a salir a torear infiltrado, encontró demasiados estorbos para clavar el rejón pero lo hecho, hecho estaba.

Antes había logrado cortar una oreja al primero de la tarde, un toro de viajes cortos al que tuvo que atacar siempre. Fue una faena más valiosa que espectacular que brilló especialmente en un arriesgadísimo quiebro resuelto con Wellington. Pero el caso es que las matemáticas no daban para abrir la ansiada puerta y el buen rejonazo con el que despachó al quinto y la infalible espectacularidad de Morante le dieron la llave del mítico candado del paseo de Colón.

No le faltaron méritos a Leonardo Hernández para acompañar a su rival en triunfo. Pero el desastroso manejo del rejón de muerte le privó de rentabilizar la gran faena cuajada al cuarto de la tarde. Leonardo lo puso todo y sumó clasicismo y espectacularidad interpretada en trepidantes piruetas y esa templada monta a dos pistas con el toro cosido al trote del caballo. Quebró con excelencia montando a Verdi y hubo tres cortas de alta tensión pero, ya lo hemos dicho, el triunfo se esfumó en los filos del acero definitivo.

También puso todo lo que le faltaba al soso segundo y mereció otra oreja. Con el sexto, absolutamente inválido, no tuvo opciones. Así se acabó la temporada en Sevilla.

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