Cultura

¡Viva la France!

La presencia dos semanas consecutivas de dos veteranos maestros de la batuta como Marc Soustrot y Michel Plasson son síntoma de las buenas relaciones y elecciones que Pedro Halffter realiza para cuando no es él quien ocupa el podio de la Sinfónica de Sevilla.

el 14 sep 2009 / 20:54 h.

La presencia dos semanas consecutivas de dos veteranos maestros de la batuta como Marc Soustrot y Michel Plasson son síntoma de las buenas relaciones y elecciones que Pedro Halffter realiza para cuando no es él quien ocupa el podio de la Sinfónica de Sevilla.

Plasson, tras su clamoroso éxito en el foso del Maestranza dirigiendo en 2006 la ópera Romeo y Julieta, regresó a la ciudad con el repertorio que mejor domina, el francés. Un programa extenso en el que acabó visiblemente agotado pero cuyo nivel -al igual que el de la ROSS- no zozobró en ni un solo compás, independientemente de que la versión de las obras agradara más o menos.

Y es que, sin que suene a tópico, Plasson tiene una manera bellamente afrancesada de penetrar en el repertorio. La constatación se halló en la Sinfonía de Bizet, dirigida con un tono pimpante y ligero. No es que la obra se preste a grandes connotaciones dramáticas, pero su dirección la llevó a un terreno liviano, con un sentido del pulso y de la aceleración muy desarrollado, dando al inicio del cuarto movimiento, con sus veloces escalas ascendentes, un aire casi de obertura operística.

La orquesta, acostumbrada a las ciertas deficiencias acústicas que le imponen las obras, sonó expresiva y contundente en el Concierto para la mano izquierda de Ravel. Lectura, la de Plasson, cargada de precipicios musicales, vertiginosa como pocas y ayudada por el piano brillante, ágil -aún con alguna nota falsa- y seguro de Jorge Federico Osorio.

Llegó luego El mar, una recreación musical inmensamente difícil de vertebrar de Debussy. La del maestro invitado fue una versión expansiva, con orden y lógica, tempi moderado y muy diáfana. Sin embargo, hay acercamientos que, por analíticos y severos, se hacen preferibles por el subrayado de la modernidad de la partitura.

Finalizó el programa, con público entregado, con La Valse de Ravel, en lo que fue una ejecución poderosa, llena de sortilegios tímbricos, una perfecta rúbrica en un recital, para algunos, perfecto.

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