Están locos estos perfopoetas. Se hacen llamar Cangrejo Pistolero, Dalton Trompet, Yellow Ping: visten de negro y amarillo, y para recitar cambian ese púlpito de generaciones anteriores -y viejos jóvenes de hoy- por escenarios atípicos. Es hora de aniquilar la atmósfera intocable, de privilegio intelectual, que tantos se empeñan en asignar a la literatura, y que tantos prejuicios despierta en los hipotéticos lectores. La literatura está viva, es cercana; acercarse a un libro, hojearlo, terminarlo incluso, no provoca sarpullidos ni piedras en el riñón. Para demostrarlo, los amigos del Cangrejo Pistolero editan -preciosos- libros, organizan recitales nocturnos en bares, y se apuntan -con o sin la Carolain Band- a todas las movidas que impliquen rescatar a la poesía de su jaula de oro.
Si no, ellos se buscan las habichuelas e inventan algún sarao descabellado: les sobran la fuerza y la imaginación. Desde ayer y hasta el domingo, Sevilla acoge el I Festival de Perfopoesía, pretendiendo que la ciudad se incorpore al circuito de grandes fiestas de la literatura surgidas en nuestro país. Sin embargo, algo diferencia al Festival de Perfopoesía del resto: su concepto de la literatura como alegría, como un elemento que está en la calle, y en nuestras vidas, y a varios metros de nuestras cabezas. Y me apuesto lo que quieran a que se trata -aleluya- de una cita libre de aburridos protocolos.
Los poetas abandonaron, ayer jueves, los salones de actos con escudos y banderas a la espalda: declamaron subidos a una grúa. Esta tarde, en la calle Tetuán, Gracia Iglesias reinventará el concepto del mensaje en una botella. Poliposeídas, una propuesta cordobesa que mezcla lo escénico y lo poético, lo reivindicativo y lo humorístico, podrán verse -y escucharse- el sábado. Y, para el cierre, Joan Casellas: palabras mayores. Mientras tanto, poetas más o menos conocidos, presentaciones de editoriales y revistas, charlas sobre otros encuentros literarios de interés. En todos los sentidos, ¡viva la poesía!
