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Votemos, y olvidemos la campaña

Hoy toca reflexionar. Y hay que hacerlo porque mañana, por si no se acuerdan, son las elecciones al Parlamento Europeo. Se supone que el motivo de la reflexión es doble. Primero, si uno va a votar o no. Si se decide, después del sesudo ejercicio, que sí, que se va a votar...

el 16 sep 2009 / 03:49 h.

Hoy toca reflexionar. Y hay que hacerlo porque mañana, por si no se acuerdan, son las elecciones al Parlamento Europeo. Se supone que el motivo de la reflexión es doble. Primero, si uno va a votar o no. Si se decide, después del sesudo ejercicio, que sí, que se va a votar, hay que pensar a quién se va a votar. O sea, como siempre.

Como siempre, también, son ya muchos, de los que tienen decidido votar -que según todos los pronósticos serán bastantes menos de los que no van a hacerlo- tienen su elección ya hecha. Van a votar a su partido, porque son militantes o fieles simpatizantes que, desde luego, no se plantean el cambiar su voto. Otros, los menos, pero en estos casos decisivos, aunque se les llame indecisos, que no saben todavía qué papeleta depositar en las urnas.

El hecho previsible de que la abstención supere la participación se explica, en parte, por el escaso interés que despiertan las elecciones europeas. Es injusto, pero es así. Uno de los motivos obvios de esto es que el ciudadano medio, o sea casi todos, no tiene conciencia clara de que el Parlamento Europeo, y lo que en él se hace o se deja de hacer, sea una institución que influya en su vida diaria. Más claro, la mayoría no sabe para qué sirve esa macrocámara, así que, le da igual quién esté allí o deje de estar. También influye en eso que podríamos llamar dejación de funciones electorales, es que el ciudadano piensa que el resultado de esas votaciones no sirve para formar gobiernos, es decir que lo que podríamos llamar poder institucional europeo, no depende precisamente de las elecciones europeas, sino de los comicios nacionales. Esta impresión generalizada, y en parte cierta, viene dada porque, en general, no se concibe a los parlamentos, a ningún parlamento, como órgano de poder. Para eso, se piensa, están los gobiernos.

Así que la inmensa mayoría de los que vayan a votar -y lo deseable es que lo hagan muchos- lo harán en función de claves internas, porque quieren que su partido le gane al otro, y les da igual que el ámbito electoral sea europeo, nacional, regional o local. Esto lo hacen los más comprometidos, pero los más tibios no se toman la molestia de ir a votar porque, para ellos, es indiferente el resultado, ya que piensan que lo mismo les da quién gane o quién pierda.

Hay que considerar también que a lo largo de la campaña electoral -una de las de más bajo nivel que uno recuerda- apenas se ha hablado de Europa y, desde luego, los ciudadanos no han recibido el mensaje claro de cuál es la verdadera importancia del Parlamento Europeo, ni de las consecuencias que se derivarán de que en Bruselas se conforme una mayoría de uno u otro signo. Lo que se ha trasladado al ciudadano han sido escaramuzas domésticas, sin ninguna dosis de pedagogía política y con un gran aliño de ramplonería. Y no se trata de señalar culpables, porque todos lo han sido.

Pero bueno, hagamos uso del día de reflexión. Y, por si sirve de algo a estas alturas, les diré que esta elección es importante, que muchas cosas dependen de ella, y que no es lo mismo que estén unos que estén otros. Que votar es contribuir a algo grande. Votemos, y olvidemos la campaña.

Periodista

juan.ojeda@hotmail.es

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