En los cursos de verano de La Rábida se conmemora a Washington Irving 150 años después de su muerte como redescubridor de aquel paraje y de su conexión umbilical con la América hispánica, ibérica y europea, o sea con América, porque hasta que no cruzó Sierra Morena en 1828 todo eso España lo había olvidado, que así son las metrópolis sobre todo cuando están encarriladas en un vertiginoso e irreversible proceso de decadencia. Llegó como invitado del embajador de los Estados Unidos en Madrid (Irving se había enterado en Inglaterra de que su familia se había arruinado) a estudiar los hechos de Colón.
Poco ante había visto la luz la Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde finales del siglo XV, de Martín Fernández de Navarrete, el penúltimo de nuestros marinos ilustrados -el último fue Luís Berenguer- y la invitación denota que en la Casa Blanca ya se tomaban en serio la Doctrina Monroe -América para los americanos- enunciada tan sólo unos años antes. Eso es previsión y visión de largo alcance. Exactamente lo contrario que parece indicar el silencio, olvido o ignorancia con el que trascurre ese 150 aniversario de la muerte del primer novelista estadounidense y tercer personaje, junto a Boabdil y García Lorca, granadino.
Su estancia en Sevilla fue prolongada. Un cuadro de su amigo David Wilkie, titulado "Washington Irving investigando en un archivo en Sevilla", y que cuelga en el Museo de Leicester, nos lo presenta enfrascado en un libro junto a un fraile dominico. Una pequeña plaza de metal en el Callejón de Agua nos recuerda que vivió por allí. Hasta ahí llegamos en una ciudad donde los homenajes a cualquiera y por cualquier cosa y aunque sus "Cuentos de la Alambra" comiencen en Sevilla de la misma manera que América comienza en La Rábida.