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Y ahora, a bailar

Saldada su deuda, el bailaor debe hacer borrón y cuenta nueva y devolvernos su arte

el 24 ene 2010 / 09:22 h.

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Farruquito es ya un hombre libre, puesto que ha cumplido su condena, pero estará cautivo de por vida y vigilado por las duras miradas de quienes nunca van a borrar de la memoria lo que hizo y no harán correr los empavonados cerrojos del perdón para que vuelva a ver la luz y se consagre a ejercer su noble arte. Me niego a recordar aquí lo que hizo porque no es necesario refrescar la memoria de quienes no quieren olvidar el nombre del desventurado Benjamín Olalla. Y hacen bien.

Me gustaría escribir sólo del bailaor y no del hombre que le quitó la vida a esta persona en tan fatídico suceso, pero es una quimera. ¿Cómo podría separar al artista del ciudadano; al genio del baile, del autor del atropello mortal? Es una lástima que lo ocurrido vaya a privar a muchos de ver bailar a Farruquito, el genio del actual baile flamenco; de disfrutarlo sin prejuicios, sin encono, sin ojeriza, sin rabia.

Don Miguel de Unamuno dijo que matar es malo, pero es peor nutrir los sentidos con odio y vivir corroídos por malos deseos; que vale más romperle al odio las narices de un puñetazo y luego darle un abrazo, que no seguir odiándole en silencio.

Recuerdo que una vez escuché hablar a Farruquito ante un grupo de gitanos enlutados, y dije: “Si yo volviera a ser niño, sería fantástico ser como este chiquillo”. Acababa de perder a su abuelo, el gran Antonio el Farruco, y les dijo a sus hermanos, a sus padres, a su gente, con los ojos chorreando, que jamás los iba a defraudar.

Aquella gente de grabado decimonónico había decidido ya que Farruquito tendría que ser algún día el patriarca de la estirpe. No tardaría mucho tiempo en morir su padre, El Moreno, en Argentina, cantaor de hondo rajo gitano y buenos sentimientos. Farruquito estaba con él y tuvo que hacerse cargo del traslado del cuerpo sin vida de su progenitor. Allí, en Argentina, se quedó el niño y nació el hombre: le había llegado la hora de ser el patriarca de la familia, sin apenas haber disfrutado su infancia como un niño más, porque en el momento justo de nacer ya lo estaba esperando su abuelo Farruco para empezar a formarlo como hizo con su hijo, el primer Farruquito, al que un coche le quitó también la vida. Cosas del destino.

Dicen que era un genio. Farruquito, el de ahora, ejercía ya de líder familiar cuando un día decidió hacerlo todo mal y tirar por la borda lo conseguido hasta aquel trágico momento. Se fue de compás. Ha pagado y seguirá saldando su deuda con la sociedad de por vida, pero, además de eso, quiere bailar. Es lo que sabe hacer y lo hace como nadie soñaría siquiera hacerlo, como demostró en la pasada Bienal.

Aquella noche de hace poco más de un año, dos o tres mil personas vibraron con las genialidades de este portento gitano de la danza del sur. Muchos fueron a ver al autor de la muerte de Benjamín Olalla, personas a las que, seguramente, el baile les importaba un pimiento. Farruquito tendrá que acostumbrarse a esto y llevarlo con resignación. Los que amamos su baile iremos sólo a sentir en la piel el torniscón de su negra mirada cuando danza, como cuando íbamos a ver a su abuelo Farruco, el más grande del baile puro.

Si difícil era describir al abuelo, es más arduo aún narrar las excelencias del nieto. Ni siquiera me interesa descifrar el misterio de su baile, como me la trae al pairo que el poeta inglés Lawrence dijera que un poema es un espejo que camina por una calle desconocida.¡Uff! O por qué pica la ortiga, por qué cantan los grillos de noche, por qué no tienen frío los peces en el agua, por qué lloraba la Niña de los Peines cantando por seguiriyas, por qué se esconde el sol cuando sale la luna, por qué es especial el color de Sevilla, por qué dolía el cante de su tío Chocolate, por qué tiene espinas la rosa o corren las nubes como pastoreadas por el viento. ¿Es que tienen explicación el Arte y la Naturaleza?

Si Farruquito ha superado la muerte de su abuelo, la de su padre aún joven y la de Benjamín Olalla; los insultos, los chistes de mal gusto, el acoso de los medios, la lapidación mediática de la sociedad española y el presidio; y ha evitado el hondo pozo de la depresión sintiéndose despreciado y odiado, es capaz de poder con todo. Me conformo con que baile y que lo haga como hasta ahora, sin afectaciones, como aprendió de su abuelo, como bailan su mama y su tata y sus hermanillos: como soñó el mismísimo Faraón.

No es fácil hacer borrón y cuenta nueva, pero el ciudadano Juan Manuel Fernández Montoya ha saldado ya su deuda con la Justicia y ahora merece que corramos los cerrojos de la indulgencia para que viva el artista, o sea, Farruquito. Necesita el baile y el baile lo necesita a él.

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