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"¿Y ahora cómo le cuento esto a su marido?

Tomás fue el primero en llegar a la escena del accidente; Rafael se encargó de parar al tráfico para evitar más siniestros

el 04 abr 2010 / 17:55 h.

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omás creyó que el ruido lo provocó un accidente de moto. Dejó su cerveza, salió rápidamente a la puerta del bar Las Delicias y reparó en su error. En el paso de peatones vio una chica tumbada, nerviosa, sin parar de gritar. A sólo unos metros, siguió con la vista un río de sangre que conducía a dos cuerpos que yacían a casi 40 metros del cruce. “Iba con un compañero que es ATS, y él fue hacia las dos jóvenes a las que habían atropellado. Yo me quedé con la amiga. Tenía un ataque de nervios. La agarré y pedí ayuda para levantarla. Creo que llegó a morderme”. Le acompañó, esperó hasta que llegaran los servicios sanitarios y la atendieran. Un abrazo anónimo y desconocido en uno de los peores momentos de la vida de la joven, que Tomás recordaba ayer por la mañana, de vuelta en el bar del que salió corriendo hacía sólo unas horas. No hacía más que reproducir la secuencia a extraños y conocidos siempre con un mismo cierre de párrafo: “No hacía más que repetir una frase: ¿Y ahora cómo se lo digo yo a su marido?”. Era, según la versión policial, la cuñada de una de las jóvenes atropelladas, cuyo prometido viajaba en el taxi de detrás.


A Rafael Ferrer el mismo ruido le dibujó otra imagen completamente distinta. Priorizó los sonidos, y situó los gritos por delante del golpe. Una joven que chillaba desconsolada. Creyó que era una agresión. Cogió la escoba que tenía más a mano y salió del bar Gorki corriendo en busca del origen de ese sonido. Primero una chica, que gritaba desconsolaba y que sólo se podía mantener en pie si se aferraba a los brazos de una persona desconocida –tal vez el propio Tomás que llegó antes o tal vez otro de los jóvenes que acompañaban a las dos jóvenes fallecidas–. “Yo he hecho un curso de primeros auxilios, pero lo que vi eran dos cuerpo, sangre y bolsos desparramados. Vi a dos jóvenes guapas, bueno no les vi la cara, pero iban muy arregladas, que yacían en el suelo y ya entonces –no fallecieron en el momento– parecían a punto de morir. No he podido dormir en toda la noche sólo pensando en esas dos jóvenes en el suelo. Veo la imagen y se me para el corazón”. Ayer, no se detuvo. Entontró su función en la escena que se conformó en unos minutos con todos los trabajadores y clientes de los establecimientos de la zona; con todos los  ciudadanos que venían o iban a acompañar a disfrutar del Sábado Santo; con los agentes de policía que llegaron en apenas unos minutos al lugar de los hechos. Su función fue parar el tráfico, detener a los coches que seguían circulando.


Casi sin dormir mira a José Antonio, camarero del Foster’s mientras completa por enésima vez su relato –no tanto por las veces que lo ha expresado  sino por las que se ha repetido en su interior–. Ambos corrieron. Formaron con sus voces una cadena que acabó por alertar a la Policía, a los vecinos y al resto de vehículos. Y aguardaron con Tomás y decenas de anónimos al desenlace de la segunda parte de la escena: vieron volver un coche destrozado en una grúa y una persona detenida con la bandera del Sevilla.

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