Las cuentas. En la versión más extendida se decía que la primera contratación del diestro madrileño, con los toros de Victoriano del Río, se había cerrado por la friolera de 210.000 euros. Todos contentos. Se requiere al apoderado para un segundo compromiso, con los cuvillos, y se acuerdan ésta vez unos honorarios de 240.000 euros. Según está versión de los hechos, aquí llegarían las curvas más estrechas. Roberto Domínguez, mentor de El Juli, quiso que ese mismo caché se extendiera al primer acuerdo alcanzado y en ese punto se levantó de la mesa. El Juli, líder y pararayos del comando G, se quedaba fuera de Madrid. La noticia no tardó en correr como la pólvora, confirmada por los empresarios y el propio apoderado. Después de los primeros "dilo tú", ambas partes se cruzaron sus respectivas andanadas en forma de cartas y comunicados: Roberto, diciendo que el tema económico no había tenido nada que ver con esta ausencia. Y el empresario Manuel Martínez Erice, acusando al torero de victimismo y afeándole esos cinco quilos de los de antes que podrían ser la chispa o la excusa -depende del cristal con que se mire- de la incomparecencia del líder del famoso G-10. Pero Domínguez aún dio un par de vueltas más a las tuercas diciendo que la égira de El Juli obedecía a otros planes y remachó el clavo recordando cierto encuentro de su torero con Esperanza Aguirre en el que le recomendaron a los empresarios Simón Casas y Antonio Matilla para hacerse cargo de la plaza de Las Ventas. Eso es lo que, según Roberto, no le han perdonado al diestro de Velilla. El resto, ya lo saben. Los Choperitas, con José Antonio Martínez Uranga a la cabeza, pactaron con sus diablos particulares y levantaron un extraño tripartito para volver a hacerse cargo del trascendental coso madrileño.
Guerra abierta. A estas alturas del turrón pocos pueden dudar de la contienda sostenida entre las empresas y las figuras aunque algunas de éstas, que forman parte del sistema empresarial, no se han pringado en el empeño. Sigue habiendo pocas certezas pero también está claro que ni unos son tan malos ni otros tan buenos. ¿Por qué no se ponen de acuerdo? Y yo qué sé...