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¿Y qué hago con este mamotreto?

Un edificio lleno de historia y arte tiene el efecto secundario de que es costoso de reparar para darle un uso.

el 09 mar 2012 / 14:01 h.

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La Fábrica de Artillería, uno de los muchos edificios con los que no sabemos qué hacer en esta ciudad.
El Ayuntamiento dijo el otro día que igual manda las oficinas de Urbanismo a la Fábrica de Artillería para darle uso a tan noble y desaprovechado edificio. Yupi, albricias, qué alboroto. Para no quedarse atrás en la fiesta, la Delegación de Cultura de la Junta fue y aumentó la protección de la Fábrica de Vidrio, tan noble y tan desaprovechada como la anterior. Ya se habrán dado cuenta de que aquello fue un no parar, una locura, todavía estamos intentando recuperar el resuello después de este frenesí. Pero tranquilos que hay tiempo, ahora pasarán años, años y venga años y las cosas cambiarán lo justito, de vez en cuando alguien hará alguna declaración más o menos rimbombante y aquí paz y después gloria.

Un edificio cargado de historia, rebosante de arte, atiborrado de nobleza tiene un pequeño efecto secundario: es un problemón para la administración de turno, y más en estos tiempos de presupuestos caninos. Por muy imponente y venerable que sea, tiene el ligero inconveniente de que se estropea y hay que adecentarlo, que no queda bonito que se venga abajo. Esto obliga a meterle unos dineros que normalmente no se tienen, y ni les cuento cómo está ahora la cuenta corriente, porque además el Ayuntamiento y la Junta de turno siempre tendrán fuegos más importantes que apagar. En un arrebato pueden decir que vale, que arreglan tal palacio o templo, pero con la condición de que las obras duren una pila de años, alimentándola con piquitos que se roben aquí y allá de los presupuestos de una década.


Sevilla es una ciudad cargada de historia, muy señorial y demás, pero eso conlleva que durante siglos nos hemos hinchado a levantar edificios que reflejen nuestra grandeza, que de qué sirve un título nobiliario si no hay un palacete en el que guardarlo. Al cabo del tiempo te encuentras con un catálogo de edificios nobles que es un regalo para la vista, pero un sufrimiento para el bolsillo de lo costoso que es su mantenimiento.

Vaya por delante que, en general y afortunadamente, no es que se nos caigan a cachos, pero es verdad que tienen muchas goteras. De vez en cuando alguno dice hasta aquí llegué y se pone en plan que me vengo abajo, fue bonito mientras duró. Si el edificio de turno tiene suerte, tipo El Salvador, le nace una plataforma ciudadana y allá que vamos todos a arrimar algunos céntimos. Pero como no tenga padrinos, el pobre se nos queda barruntando su mala suerte, añorando aquellos tiempos en los que tuvo sus feligreses o sus nobles, ese personal de alto copete que suspiraba por sus esquinas y le daba vidilla.
Presumimos de patrimonio, pero luego lo cuidamos a patadas. Ahí tenemos por ejemplo al museo Arqueológico, que éste sí que literalmente se nos cae a trozos, y le ponemos remiendos para que aguante otro poco sin meterle mucho dinero, que es como querer cerrar una herida de bala con un tirita. Y ya lo de Santa Catalina es para llorar, ya puedes ser todo lo joya del gótico mudéjar que quieras que ahí no hay mucho que hacer, que ya va para ocho años que nadie puede disfrutarla.

Esta ciudad necesita como el comer otra Expo 92 que le resucite el patrimonio, que aquello fue una bendición para los ojos con tanto edificio noble que volvía a la vida de entre los muertos. Pero esto no tiene pinta de que vaya a ocurrir a corto plazo, y encima tenemos con angustias económicas a las administraciones y a la Iglesia, que ni ahorrándose el IBI tiene para mantener en condiciones un patrimonio que, en esta archidiócesis por ejemplo, es un disparate de grande que es.

Por ello no me parece mal la opción de llevarse Urbanismo de sus caracolas de la Cartuja a la Fábrica de Artillería, otra cosa es los trienios que se tarde en hacer. La única forma de mantener vivo un edificio es darle uso, y a un mamotreto como éste sólo le puede dar vida una administración. Y por eso no entiendo las críticas de la Delegación de Cultura de la Junta con esta idea, sobre todo cuando el anterior gobierno municipal ya barajó llevarse las oficinas de Cultura para allá. Por cierto, era un proyecto bastante más chulo, con su sala de exposiciones y todo.

Total, que no estamos para muchas fiestas patrimoniales, como nos recuerdan continuamente la Gavidia, los viejos cuarteles derrumbándose, el monasterio de San Jerónimo, legiones de iglesias y conventos y, ya puestos, hasta el modesto Puente de Hierro, que va camino de 15 años arrumbado y que cualquier día nos encontramos a cachos en una chatarrería, como si fuese una cubierta de la Davis cualquiera. Al menos no se le pueden colar ocupas, como cualquier día le pasará a Santa Catalina.

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