Con voz firme y serena, como retrata el imaginario colectivo de Las Cabezas de San Juan, el general Rafael de Riego conmina a su fiel infantería a "luchar para romper las cadenas que quieren oprimir a España desde hace seis años tras la Guerra de la Independencia".
Sus soldados, que están bien cuadrados en el centro de la plaza de Los Mártires, atienden al general, al que contestan con unas descargas de fusilería, como si fuera el mismísimo 1 de enero de 1820, cuando Riego pisó este municipio del Bajo Guadalquivir y rescató la Constitución española, la Pepa, tras años escondida en un baúl.
Han pasado 190 años desde aquel grito de libertad, pero los cabeceños se aferran a ese hito y lo recuerdan cada primavera con una recreación del levantamiento. Y por primera vez en sus cuatro ediciones cuentan con la participación activa de los vecinos: los hombres cubrieron su frente con pañuelos, se colgaron sus bandoleras al hombro y desempolvaron los trabucos. Las mujeres no iban a ser menos y también cogieron un arma -por supuesto, no eran de verdad- y lucieron camisas blancas, chaquetilla negra y faldas coloridas.
Todo comenzó con el repique de tambores que venía del instituto. A lo lejos asomaba la figura a caballo del general Riego, que encabezaba una comitiva en la que no faltó nadie de aquellos inicios del siglo XIX: desde el cura, con su cruz de madera en el pecho, hasta el sastre o el contador del Ejército español, siempre a la sombra del general.
El desfile se saltó el protocolo que marca la historia y se plantó en la plaza de los Mártires, donde el alcalde de Las Cabezas -el de ahora-, Francisco Toajas (PSOE), depositó una corona de flores junto al busto de Riego. "No fue un levantamiento belicoso, sino a favor de los valores y la libertad", aclaró mientras a su lado se distinguía el olor a pólvora del cañón, listo para anunciar al general. Pero se le adelantó un pregonero que, con voz cantada, recordó la vida del revolucionario.
al balcón. Tras la parada, que sirvió para premiar a las entidades participantes, todos se dirigieron a la cuesta de la calle Real, bien a pie, a caballo o en carros tirados por mulos hasta llegar a la misma plaza de la Constitución que hace casi dos siglos presenció el inicio del levantamiento. Así lo recuerda una placa, alojada junto al balcón del número 11 de la plaza, a donde se asomó Riego, no sin antes restituir a los dos alcaldes constitucionales, Antonio Zulueta y Diego Zulueta el Me- nor. Sus actores bromearon con el alcalde actual: "Ya te puedes ir que somos dos", le dijeron, a lo que, devolviéndoles la gracia, respondió que "sin problemas".
La denuncia a "un rey absoluto" [Fernando VII] y el deseo de una Constitución que acabara con años de guerra salían de un renacido Riego que, en el balcón, concluyó con un grito de libertad repetido por todos. "¡Viva la libertad!¡Viva España! ¡Viva la Pepa! ¡Y viva Las Cabezas!".